El corazón de Hedda dio un vuelco, pero mantuvo su expresión neutral.
—¿Despedida? No sé de qué estás hablando.
—Por supuesto que no —Vex sonrió, pero había algo diferente en esa sonrisa. Más suave, menos calculada. Era el tipo de expresión que rompía con años de cuidadoso entrenamiento mercantil, revelando al ser humano debajo de la fachada profesional—. Simplemente un viejo tonto que ve patrones donde no existen.
Puso los cristales de nuevo en su caja y la deslizó hacia ella a través del mostrador de madera.
—Tómalos. La misma cantidad que en la última transacción y la caja sin costo... Compra buena armadura con el dinero restante. Nuestra linda princesa te la deja si regateas bien, ¿verdad?
—Maestro Vex, estos son de mejor calidad y... —comenzó Hedda, genuinamente sorprendida por la inesperada generosidad. En la cultura de Yino, tales regalos siempre venían con costos ocultos o expectativas.