—Si me ruegas, podría considerar aliviar tu agonía. Después de todo, un discípulo como tú es alguien a quien realmente favorezco —Ke Cang Ju se burló con una risa estridente. Le encantaba absolutamente cuando veía estas hermosas flores en pleno florecimiento de la juventud, luchando por vivir y finalmente sucumbir ante la tortura que él mismo había creado, para marchitarse y finalmente morir.
Cuando el dolor y el miedo los superaban, especialmente cuando su tierna y suave carne joven era desgarrada y destrozada, siempre le hacía brotar excitación y le daba un retorcido sentido de satisfacción.