Qin Yue cayó hacia atrás en su silla, su cabeza zumbaba.
¿Quién habría pensado, el poderoso Clan Qing Yun famoso en todas las tierras, en una de sus expediciones al pequeño Reino de Qi, que se encontrarían con el portador de la muerte?
¡El dormido e insignificante reino, en realidad escondía un demonio capaz de aniquilar a todo el Clan Qing Yun!
Si lo hubiera sabido, Qin Yue habría renunciado al Jade del Alma, y deseado nunca haber conocido a Jun Xie.
Pero, era demasiado tarde para arrepentimientos y no había manera de que pudiera cambiar las cosas.
—Hua Yao, tienes menos de una hora —dijo Jun Wu Xie. Se volvió para mirar al hermoso joven que estaba a su lado. La próxima desaparición de Qin Yue y del Clan Qing Yun se había convertido en un hecho que no cambiaría, pero no había olvidado su trato con Hua Yao y Qiao Chu.