Elena pasó el resto del día en una batalla interna. Una parte de ella quería huir, dejar todo atrás y olvidar lo que estaba descubriendo. Pero la otra, la más fuerte, la que había crecido en una familia donde el poder lo era todo, sabía que no podía dar marcha atrás. Sebastian le había ofrecido su
ayuda, pero confiar en él era como caminar sobre hielo delgado. Aun así, no tenía otra opción.
Esa noche, cuando la mansión quedó en completo silencio, Elena salió de su habitación y se dirigió a la oficina de Sebastian. Sabía que él tenía documentos, pruebas que podían revelar la verdad sobre su tío. Empujó la puerta con cuidado y entró en la penumbra. Se dirigió al escritorio y comenzó a revisar los cajones, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo. Un sonido en la puerta la hizo congelarse.
—¿Buscando algo en especial?
—La voz de Sebastian la envolvió como una sombra.
Elena se giró lentamente y ahí estaba él, observándola con una mezcla de diversión y advertencia.
—Tienes que dejar de aparecer así —le dijo, tratando de mantener la compostura.
Sebastian avanzó con calma, deteniéndose frente a ella. —Y tú tienes que aprender a ser más discreta.
Elena cruzó los brazos, negándose a retroceder. —Quiero ver las pruebas. Si realmente quieres que confíe en ti, dame algo real.
Sebastian la estudió por un instante antes de moverse hacia su escritorio. Sacó una carpeta y la dejó frente a ella. —Aquí tienes, Elena. La verdad, en toda su gloria.
Elena tomó la carpeta con manos temblorosas y comenzó a leer. Cada página, cada documento, confirmaba lo que más temía. Lorenzo no solo había traicionado a su padre. Había sido él, quien la condenó a la ruina. Y ahora, era su turno de tomar una decisión.