MURMULLO EN EL AIRE

El viento danzaba sobre los campos de Lirian con una suavidad casi hipnótica, agitando las hojas y elevando pequeños remolinos de polvo dorado al atardecer. Axel, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte, disfrutaba de esa brisa como si le susurrara historias que solo él podía escuchar.

A sus diecisiete años, su vida en Lirian era sencilla. Cada día transcurría entre entrenamientos básicos de magia elemental con el viejo Duran, ayudar a su madre en el hogar y recorrer las colinas en busca de algo que rompiera la monotonía. No es que despreciara su vida en el pueblo, pero siempre había sentido una especie de inquietud, un llamado sutil que no lograba comprender del todo.

—Sabía que estarías aquí —dijo una voz detrás de él.

Axel giró la cabeza y sonrió levemente al ver a Leina, su amiga de la infancia. Su cabello oscuro estaba recogido en una trenza, y sus ojos reflejaban la luz anaranjada del sol poniente.

—¿Ya vienes a regañarme?

Leina cruzó los brazos. —Si sigues saltándote los entrenamientos, Duran va a dejar de insistir y te quedarás atrás.

Axel suspiró. —No creo que eso sea un problema. No es como si fuera a usar la magia para algo importante.

Leina rodó los ojos y se sentó a su lado en la hierba. —No se trata solo de usarla. Se trata de entenderla. De controlarla. Si naciste con afinidad al viento, significa que tienes un vínculo especial con él.

Axel escuchó sus palabras, pero antes de poder responder, una ráfaga más fuerte agitó el lugar. No era un viento normal. Se sintió más denso, más pesado. Como si trajera consigo un mensaje oculto.

Leina también lo notó. Su expresión se volvió seria mientras observaba el cielo. —¿Sientes eso?

Antes de que Axel pudiera contestar, un trueno retumbó en la distancia. Ambos se pusieron de pie de inmediato.

—No hay tormentas pronosticadas para esta época… —murmuró Leina.

Axel frunció el ceño. El viento se había vuelto errático, revolviéndose a su alrededor con más intensidad. Y entonces, lo vio.

En lo alto de la colina, una figura se recortaba contra el cielo teñido de púrpura. Un hombre de capa oscura, con una postura serena pero imponente. No parecía pertenecer al pueblo.

—¿Quién es él? —preguntó Leina en voz baja.

Axel negó con la cabeza. No tenía idea. Pero lo que sí sabía era que, por primera vez en su vida, el viento no sonaba como un simple susurro.

Parecía un llamado.

El viento se arremolinaba con una intensidad inusual. Axel sintió cómo la brisa le golpeaba el rostro, trayendo consigo un murmullo apenas perceptible, como si el aire estuviera tratando de comunicarle algo. A su lado, Leina mantenía la vista fija en la figura de la colina, su postura tensa, alerta.

—Voy a ver quién es —dijo Axel, avanzando sin dudar.

—Espera. —Leina lo sujetó del brazo. Su expresión estaba cargada de incertidumbre—. No sabemos si es peligroso.

Axel la miró un instante, pero luego soltó un suspiro y asintió. Ella tenía razón. El pueblo de Lirian rara vez recibía visitas, y mucho menos de alguien con una presencia tan imponente. Lo lógico era proceder con cautela.

Pero antes de que pudieran decidir qué hacer, el extraño levantó una mano. Un nuevo vendaval se desató a su alrededor, levantando polvo y hojas secas. Axel entrecerró los ojos y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aquello no era solo viento. Había magia en él.

—Axel… —Leina susurró su nombre con inquietud.

El joven tragó saliva y, sin darse cuenta, dio un paso al frente. Era como si el viento lo empujara hacia aquella figura. Como si su propio cuerpo reaccionara a una fuerza que aún no comprendía.

El extraño descendió la colina con paso lento, seguro. Su capa ondeaba con la brisa, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, Axel pudo ver su rostro con claridad. Era un hombre de rasgos afilados, de cabello castaño con algunos mechones plateados que caían sobre su frente. Sus ojos eran de un azul profundo, pero había algo más en ellos. Algo antiguo.

—Axel de Lirian —dijo con voz firme, sin vacilar.

Axel sintió cómo su corazón latía con fuerza.

—¿Quién eres? —preguntó, intentando que su voz no temblara.

El hombre inclinó levemente la cabeza, como si evaluara sus palabras antes de responder.

—Mi nombre es Kael. Y he venido por ti.

El viento pareció detenerse por un instante. Axel intercambió una mirada con Leina, quien frunció el ceño, claramente desconfiada.

—¿Por mí? —repitió Axel, sin entender.

Kael asintió.

—El viento te ha elegido. Y es hora de que descubras por qué.

Axel sintió que algo dentro de él se agitaba. Desde que tenía memoria, había sentido una conexión especial con el viento. Siempre le había parecido que sus corrientes susurraban su nombre, que su brisa le hablaba de cosas que no podía comprender del todo. Pero nunca había pensado que aquello significara algo más allá de una simple afinidad.

—No entiendo de qué estás hablando —dijo finalmente.

Kael lo observó con paciencia.

—Lo entenderás con el tiempo. Pero por ahora, debes venir conmigo.

Axel retrocedió un paso de inmediato.

—¿Ir contigo? ¿A dónde?

—A donde el viento nos lleve.

La respuesta no le gustó. Sonaba demasiado vaga, demasiado incierta.

—No voy a ninguna parte con un desconocido —declaró con firmeza.

Kael no pareció sorprendido.

—No eres un simple muchacho de pueblo, Axel. Eres un elemental del viento, aunque aún no lo sepas. Y hay cosas que debes aprender… antes de que sea demasiado tarde.

Las palabras resonaron en el aire como un eco. Axel sintió un nudo formarse en su estómago. ¿Un elemental? Eso era imposible. Los elementales eran entidades poderosas, guardianes de la naturaleza, seres que dominaban la esencia misma del mundo. No simples muchachos como él.

Leina se interpuso entre ambos con una expresión desafiante.

—Si de verdad sabes tanto sobre Axel, entonces deberías saber que él decide su propio destino.

Kael la observó con un destello de respeto en la mirada.

—Eso es cierto. Pero a veces, el destino no espera a que estemos listos.

El viento volvió a arremolinarse a su alrededor. Y entonces, sin previo aviso, un relámpago surcó el cielo. Un trueno rugió sobre ellos, y una energía densa cargó el aire. Axel sintió que su piel se erizaba. Algo no estaba bien.

Kael giró la cabeza y frunció el ceño.

—Nos han encontrado.

Axel y Leina intercambiaron una mirada confusa.

—¿Nos? ¿Quién? —preguntó Axel.

Pero antes de que Kael pudiera responder, una figura emergió de las sombras. Era un hombre alto, envuelto en un manto oscuro, con ojos fríos como el acero. Su presencia era sofocante, y cuando habló, su voz fue tan helada como el viento que trajo consigo.

—Has tardado en encontrarlo, Kael.

El recién llegado no esperó más. Extendió una mano, y el viento a su alrededor se volvió cortante como cuchillas invisibles. Axel reaccionó por instinto, levantando los brazos para protegerse, pero antes de que la ráfaga lo alcanzara, algo sucedió.

El aire a su alrededor cambió.

En lugar de golpearlo, el viento pareció responderle. Como si reconociera su presencia. Se arremolinó a su alrededor, protegiéndolo de aquel ataque.

Los ojos de Kael brillaron con aprobación.

—Ahí está.

Axel, sin entender del todo lo que acababa de hacer, respiró con dificultad. Su corazón latía con fuerza.

El extraño frunció el ceño.

—Así que ya empieza a despertar…

Kael se interpuso entre él y Axel.

—No dejaré que te lo lleves.

El hombre de negro sonrió levemente, pero había algo siniestro en su expresión.

—Eso lo veremos.

Axel sintió que todo estaba sucediendo demasiado rápido. Pero una cosa era segura.

El viento no solo le susurraba. Ahora, lo protegía.

Y aquello lo cambiaría todo.