¡¡NO quiero amigos, gracias!!

Vivir sola es un sueño.

Puedo comer cereal a las tres de la mañana sin que nadie me diga que eso no es una cena.Puedo ver videos de perritos durante horas sin que nadie me critique.Puedo hablar sola sin que me vean raro (aunque bueno, eso igual lo hacía antes).

La paz, el silencio, la soledad… perfección.

Pero con grandes beneficios vienen grandes… problemas. Como, por ejemplo, que si escucho un ruido sospechoso en la cocina a las dos de la madrugada, la única opción es que haya un asesino o un fantasma. No hay más posibilidades. Y no hay nadie más en la casa que pueda ir a revisar.

Y ahí es cuando me acuerdo de las sabias palabras de mi madre:

"Te haría bien tener amigos, Yoss. No puedes vivir encerrada toda la vida."

Pero sí puedo, mamá. Y lo estaba haciendo perfectamente bien… hasta hoy.

Estoy en mi computadora, disfrutando de mi día, cuando de repente…

TOC, TOC.

Mis manos se congelan sobre el teclado.

¿QUÉ?

Miro la puerta con terror. Luego miro el reloj. Son las cinco de la tarde.

¿Quién toca a las cinco de la tarde? ¡Esa es la hora perfecta para pretender que no existo!

Tal vez lo imaginé. Tal vez fue el viento. Tal vez es un error y esa persona se irá en unos segundos.

TOC, TOC.

NO SE FUE.

Ok. Ok. No hay que entrar en pánico. No hay que perder la calma. Piénsalo bien, Yoss.

Mi cerebro analiza todas las posibilidades:

Podría ser el casero. Tal vez quiere cobrar el alquiler antes de tiempo. (Nooo, maldito, no se lo daré). Podría ser un repartidor. Aunque no recuerdo haber pedido nada… ¡aunque tal vez me mandaron un regalo sorpresa! (Dudo mucho que alguien haga eso, pero soñar es gratis). Podría ser la policía. Oh, Dios. ¿Qué hice? ¿Cuándo? ¿Voy a ser arrestada?

Un sudor frío baja por mi espalda.

Decido acercarme lentamente a la puerta, como si estuviera en una película de terror. Pego mi oreja para escuchar.

Silencio.

Miro por la mirilla.

Es un chico.

¿Quién rayos es este tipo?

Alto, con cabello castaño y una cara de "sé que soy atractivo". Viste ropa cara, como alguien que sale en anuncios de perfumes. En su mano sostiene una bolsa de papel marrón.

¿Un asesino elegante con galletas? ¿Un vendedor de seguros disfrazado de modelo?

Cuando estoy a punto de ignorarlo y volver a mi refugio seguro…

—Sé que estás ahí —dice con voz relajada.

¿QUÉ?

¡¿CÓMO ME DESCUBRIÓ?!

Mis piernas se paralizan.

—Te escuché acercarte —continúa, con tono aburrido.

AHHHH.

¡MI PEOR PESADILLA SE HA HECHO REALIDAD!

Ahora tengo dos opciones:

Abrir la puerta y enfrentar la situación como un adulto responsable. Mudarme a otro país y fingir que nunca viví aquí.

La opción 2 suena tentadora, pero mis documentos están en la mesa, y no quiero hacer maletas. Así que, con el alma temblando, abro la puerta solo un poquito, dejando apenas visible un ojo.

—¿Sí…? —susurro con miedo.

El chico me observa con la ceja arqueada, como si no entendiera por qué estoy actuando como una rata asustada.

—Vaya, qué recibimiento tan cálido —dice con un tono que grita sarcasmo nivel Dios.

¿Este tipo es real? ¿Cómo se atreve a juzgarme? ¡Yo no lo invité!

—Soy Alan —dice, con un aire de superioridad que me da ganas de aventarle una chancla—. Me acabo de mudar a la residencia.

Levanta la bolsa de papel.

—Hice galletas para conocer a los vecinos.

¿Eh?

Mi cerebro hace cortocircuito.

¿Las personas hacen esto en la vida real? ¿Tocar puertas con galletas como si estuvieran en un comercial de café?

Yo pensaba que estas cosas solo pasaban en series de televisión, no en la vida real.

Mi mente está tratando de entender la situación cuando me doy cuenta de que Alan me está mirando con impaciencia.

—Así que… ¿las quieres o no?

La situación es simple:

Extraño desconocido. Galletas misteriosas. Yo, una persona que no confía en nadie.

Aquí hay algo sospechoso.

—¿Las hiciste tú? —pregunto, estrechando los ojos.

Alan asiente, como si le pareciera obvia la pregunta.

—Sí.

¡PEOR!

¡¿Y SI QUIERE ENVENENARME?!

Mi madre me enseñó a no aceptar comida de extraños. ¡Esta es una trampa social!

—Mmm… no sé… —digo, alejándome un poco—. ¿Y si tienen algo raro?

Alan me mira con la expresión de alguien que ha perdido la fe en la humanidad.

—Si quisiera envenenar a alguien, haría algo más práctico que hornear galletas.

Me quedo en shock.

—¡¿QUÉ?!

Él suspira y se cruza de brazos.

—Era un chiste.

¡NO ES UN BUEN CHISTE!

Este hombre tiene la misma sensibilidad social que una piedra.

Mi mente está en modo alerta máxima, pero entonces algo interfiere…

Mi estómago ruge.

TRAIDOR.

Alan lo escucha y sonríe, satisfecho.

—Ajá.

Me quiero morir.

Miro la bolsa. Miro a Alan. Miro la bolsa otra vez.

Mi instinto antisocial me dice que cierre la puerta y finja que esto nunca pasó.

Pero mis tripas me dicen que agarre esas galletas y salga corriendo.

Con un suspiro, estiro la mano y las tomo.

—Gracias… supongo.

Alan asiente.—Bien. Nos vemos.

Y sin más, se da la vuelta y se va.

Cierro la puerta lentamente y miro la bolsa como si fuera un objeto maldito.

La cosa más social que he hecho en meses…

…fue recibir comida de un desconocido.

Dios mío, voy a morir.

Me quedo en el mismo lugar, sin mover un músculo, sosteniendo la bolsa de galletas como si fuera una bomba a punto de explotar.

Esto es malo. Muy, muy malo.

Porque ahora tengo una decisión difícil en mis manos:

Comer las galletas y arriesgarme a morir envenenada. Tirarlas y vivir con la culpa de haber desperdiciado comida.

DIFÍCIL.

Muy difícil.

Porque una parte de mí grita:"¡No seas tonta! ¡No puedes aceptar comida de un desconocido! ¡No sabes qué tienen esas galletas! ¡Podrían estar hechas con cianuro y lágrimas de huérfanos!"

Pero la otra parte de mí susurra:"Yoss… son galletas de chocolate. CHO-CO-LA-TE. ¿De verdad vas a desperdiciar una oportunidad como esta?"

Y aquí estoy, atrapada en el dilema moral más grande de mi vida.

Me siento en el sofá con la bolsa en las manos. La abro lentamente. El aroma a chocolate y almendras llena el aire.

¡MALDICIÓN!

¡Huelen delicioso!

¡Este es el problema con la gente atractiva y confiada como Alan! ¡Hacen cosas sospechosamente bien y confunden a los débiles como yo!

Respiro hondo. Mi vida está en peligro. Estoy segura.

Mi madre me enseñó que nunca acepte dulces de extraños. Pero… pero… ¿y si esto es una prueba del destino?

Tal vez es como en las películas, donde el protagonista tiene que tomar una gran decisión y eso cambia el rumbo de su historia.

Tal vez si como una sola galleta, mi vida dará un giro inesperado.

Tal vez, al primer mordisco, ganaré poderes sobrenaturales.

Tal vez…

NO.

¡Me estoy dejando llevar!

Muevo la bolsa lejos de mí. Luego la acerco. Luego la alejo otra vez.

Aghhh, esto es peor que decidir qué ver en Netflix.

¡¿Y SI SOLO PRUEBO UN PEDACITO?!

Saco una galleta con dedos temblorosos.

La miro.

Ella me mira.

Me acerco lentamente, cual exploradora en una jungla llena de trampas.

Cierro los ojos. Abro la boca. Y justo cuando estoy a punto de darle un minúsculo mordisco…

¿Vas a seguir oliendo la galleta o la vas a comer de una vez?

Me congelo.

Mi alma deja mi cuerpo.

Me doy la vuelta, más rápido que un ninja.

Alan está parado en mi puerta abierta.

¿¿¿QUÉ???

¿¡CÓMO!? ¿¡POR QUÉ!? ¿¡CUÁNDO!?

—¿QUÉ HACES AQUÍ? —grito, abrazando la bolsa de galletas como si fueran mi escudo protector.

Alan, con su usual cara de aburrimiento, cruza los brazos.

—Te dejaste la puerta entreabierta. Pensé que te habías desmayado o algo.

¡AY, NO!

¡Qué vergüenza!

¿¡Cómo fui tan tonta de dejar la puerta abierta!?

¿¡Y por qué esta persona se siente con derecho a INVADIR MI ESPACIO!?

—¡No estoy desmayada! —exclamo, roja como un tomate—. ¡Y no deberías entrar sin permiso! ¡Esto es allanamiento de morada!

Alan me mira como si acabara de decir la cosa más ridícula del mundo.

—No exageres. No crucé la puerta. Técnicamente sigo en el pasillo.

¡Ahhh, maldito hombre con lógica perfecta!

Quiero responder, pero estoy demasiado ocupada muriendo de vergüenza porque me vio oliendo su galleta como una maniática.

Él señala la bolsa.

—Entonces… ¿las vas a comer o no?

¡ESTO ES HUMILLANTE!

—Eso no te incumbe —murmuro, abrazando las galletas con más fuerza.

Alan suspira como si estuviera lidiando con una niña de cinco años.

—Si fueras a rechazarlas, ya las habrías tirado. Pero no lo hiciste. Lo que significa que quieres comerlas pero eres demasiado paranoica para hacerlo.

¿CÓMO RAYOS LE ATINÓ TAN EXACTAMENTE?

¡ESTO ES ILEGAL! ¡LA GENTE NORMAL NO DEBERÍA ANALIZAR A LOS DEMÁS TAN RÁPIDO!

Me quedo callada. Me está juzgando con los ojos. Yo lo estoy juzgando de vuelta.

Esto es una guerra silenciosa.

Finalmente, Alan levanta las manos en rendición.

—Haz lo que quieras. Solo vine a decirte que no te asustes si me ves por aquí seguido. Vivo en el departamento de enfrente.

¿QUÉ?

¿¿¿ENFRENTE???

El horror me golpea como un camión a toda velocidad.

¿¡QUÉ CLASE DE CASTIGO DIVINO ES ESTE!?

¿¡CÓMO QUE EL HOMBRE QUE TOCA PUERTAS PARA DAR GALLETAS VA A SER MI VECINO!?

¿¡Voy a tener que verlo TODOS LOS DÍAS!?

Esto es una tragedia.

¡ESTO ES UN INFIERNO!

¡Ya no puedo salir de mi casa con el cabello hecho un desastre sin miedo a cruzármelo en el pasillo! ¡No puedo pedir comida en pijama sin que me vea! ¡No puedo escapar!

¡MI SOLEDAD HA SIDO ARRUINADA!

Alan me observa y parece disfrutar mi sufrimiento interno.

—Sí, esa es la cara que ponen todos cuando se enteran de que seré su vecino. Pero tranquila, no soy de los que hacen fiestas ni ruidos molestos.

¡Eso no me tranquiliza en lo absoluto!

¡No es el ruido lo que me preocupa! ¡Es su mera existencia en mi espacio seguro!

Intento recuperar la compostura.

—Okey… gracias por avisar… supongo.

Alan asiente, como si hubiera ganado algo.

—Bueno, entonces nos veremos por aquí. —Hace un leve gesto de despedida y empieza a alejarse.

Yo sigo sin poder creer mi desgracia.

Pero antes de que pueda cerrar la puerta y llorar en paz…

—Ah, y por cierto… —dice Alan, girándose un poco—. No hueles tan mal.

¿QUÉ DIABLOS SIGNIFICA ESO?

¡¿CÓMO QUE NO HUELO TAN MAL?!

¡¿ESTÁ INSINUANDO QUE ESPERABA QUE OLIERA MAL?!

Antes de que pueda gritarle, él ya está caminando hacia su puerta, con una sonrisa de autosuficiencia.

¡MALDITO!

Cierro mi puerta de golpe.

Estoy temblando de la rabia.

Estoy temblando del miedo.

Estoy temblando porque…

¡ESTE HOMBRE VA A SER MI VECINO Y NO SÉ CÓMO SOBREVIVIRÉ!

Me dejo caer en el sofá.

Respiro hondo.

Miro la bolsa de galletas.

Lentamente, sin que nadie me vea…

Muerdo una.

Están deliciosas.

Demonios.

¡Estoy arruinada!

¡Destrozada!

¡Mi vida de ermitaña ha sido arrasada por un huracán llamado Alan!

Me acurruco en el sofá con una manta sobre la cabeza. Solo mis ojos sobresalen, observando la nada, como una víctima de la tragedia más grande del siglo.

Porque esto es un desastre monumental.

¡Yo tenía un sistema! ¡Una rutina perfecta! ¡Una burbuja de paz y tranquilidad donde no tenía que socializar con nadie!

Y ahora…

… ahora tengo un vecino.

Un vecino con una cara de comercial de perfumes, un ego más grande que mi ansiedad y una actitud que grita "me encanta fastidiar a los demás".

¡¿Por qué?!

¡¿Por qué me castiga el universo de esta forma?!

Repaso los eventos en mi cabeza como si fueran un juicio en el que debo determinar dónde salió todo mal.

Recibí una visita inesperada. Esto ya fue suficiente para poner mi sistema nervioso en alerta roja. Me ofrecieron galletas caseras. Sospechoso. Demasiado sospechoso. Fui analizada psicológicamente en menos de cinco minutos. Alan descubrió mis pensamientos más profundos con una facilidad aterradora. Descubrí que es mi vecino de enfrente. Fin de la paz mundial.

Me abrazo más fuerte a la manta.

¡ESTO NO SE SIENTE BIEN!

¡Mi hogar ya no es un santuario seguro! Ahora, cada vez que salga por el pasillo, habrá una posibilidad del 100% de encontrarme con Alan.

¡Un peligro inminente para mi estabilidad mental!

Antes, cuando necesitaba salir de mi apartamento, solo tenía que asegurarme de que no hubiera nadie en el pasillo. Me asomaba, veía que todo estaba despejado y entonces me movía con la gracia de un ninja.

Pero ahora…

¡AHORA!

Ahora ese tipo podría estar ahí.

Podría estar saliendo de su apartamento al mismo tiempo que yo.

Podría cruzarme en el ascensor.

Podría notar lo desastre que me veo cuando salgo en pijama a buscar el delivery.

¡PERO LO PEOR!

¡Podría HABLARME otra vez!

Me revuelvo en el sofá como un gusano en crisis existencial.

¡No puedo permitirme esto!

Debo hacer algo.

¡Debo tomar medidas extremas para restaurar la paz en mi vida!

Plan de supervivencia antisocial: Modo activado.

No salir de casa cuando sea posible. Esto ya lo hacía, pero ahora debo llevarlo al siguiente nivel. Evitar encuentros visuales. Si lo veo en el pasillo, fingiré que olvidé algo y me meteré de nuevo. Convertirme en una sombra. Si no me ven, no existo. No caer en más interacciones forzadas.

Sí.

Este es el plan.

Lo lograré.

Mi estómago ruge.

Ah, cierto.

Las galletas.

Miro la bolsa que sigue en la mesa.

Mi mano se estira lentamente… y agarro otra.

Me la meto a la boca con un suspiro de derrota.

Maldita sea, están demasiado buenas.

Muerdo con rabia.

¡¿Por qué ese hombre tiene que ser bueno haciendo galletas?!

¡Esto solo lo hace más peligroso!

¡Un vecino molesto y narcisista es una cosa!

¡Pero un vecino molesto y narcisista que puede hornear galletas perfectas es una AMENAZA REAL!

Sigo masticando, enojada conmigo misma.

Esta es mi primera derrota.

Pero no la última.

Mañana…

Mi vida como ermitaña es una obra maestra cuidadosamente construida.

No exagero cuando digo que he perfeccionado el estilo de vida antisocial a niveles de élite.

Algunas personas sueñan con viajar por el mundo, encontrar el amor verdadero o construir una carrera impresionante.

Yo solo quiero que la gente me deje en paz.

Mi rutina es perfecta.

Manual de Supervivencia de Yoss en el Aislamiento: Levantarme tarde para evitar contacto con humanos. Trabajar desde casa en mi computadora. (Gracias, tecnología, por permitirme existir sin ver personas.) Pedir comida por delivery en horarios estratégicos. (Entre las 3 y 5 de la tarde hay menos repartidores. No hay contacto. No hay riesgo.) No salir a la calle salvo emergencia extrema. (Ejemplo: me quedé sin comida. O mi apartamento se está incendiando. En ese orden de importancia.) Si salgo, debo ser invisible.

Y en este preciso momento…

Estoy en una emergencia extrema.

Porque…

SE ME ACABÓ LA COMIDA.

¡MI MAYOR PESADILLA!

Ayer devoré las malditas galletas de Alan (maldito sea y su talento para hornear) y no me di cuenta de que mis suministros estaban en crisis.

Fui a revisar la cocina esta mañana con la esperanza de encontrar algo…

Pero lo único que había era:

Un paquete de fideos instantáneos. Medio frasco de mayonesa. Un limón seco que ha estado en mi refrigerador desde que me mudé. Una papa con una sospechosa mancha verde.

No sé mucho de cocina, pero estoy bastante segura de que con esto no se puede hacer una comida decente.

Así que aquí estoy.

Enfrentando mi peor destino.

Salir. De. Casa.

¡Esto es un horror!

Pero no tengo opción.

Así que me preparo.

Misión: Conseguir alimentos sin interacción humana

¡Tengo un plan!

¡Un plan infalible!

Voy a entrar, tomaré lo que necesito y me iré antes de que alguien me hable!

Pero primero…

¡El camuflaje es clave!

Busco mi outfit de invisibilidad:

Sudadera gigante con capucha (para ocultar el 70% de mi cara.) Lentes oscuros (para evitar contacto visual.) Audífonos (aunque no escuche música, para que nadie me hable.)

Sí.

Así nadie me notará.

Voy a convertirme en una sombra.

Voy a ser un fantasma entre la multitud.

Voy a…

AHHGGGGG POR QUÉ HAY TANTA GENTE EN LA TIENDA.

Modo ninja activado

Respiro hondo.

Me meto en el supermercado con movimientos calculados.

Camino rápido pero no demasiado. No quiero parecer sospechosa.

Miro a los pasillos como un espía en una misión secreta.

Objetivo número uno: Fideos instantáneos.

Avanzo sigilosamente hacia la sección de fideos.

Pero cuando llego…

HAY UN SEÑOR MAYOR JUSTO ENFRENTE.

Dios.

Está en la misma estantería. Justo en los fideos.

MI peor escenario posible.

¿Qué hago?

¿Qué hago en esta situación?

¡No quiero hablarle!

¡No quiero pedir permiso!

¡No quiero esperar como una acosadora hasta que se vaya!

¡Esto es horrible!

Me quedo congelada, mirando fijamente los fideos como si intentara moverlos con la mente.

"Muévanse, muévanse, muévanse…"

El señor sigue ahí.

¿Es una prueba?

¿El destino me está desafiando?

¡¿POR QUÉ NO SE MUEVE?!

No puedo más. Tengo que hacer algo.

Decido fingir que busco otra cosa.

Me muevo al pasillo de los cereales y hago como que leo las cajas.

El señor sigue ahí.

Voy al pasillo de las salsas.

¡EL SEÑOR SIGUE AHÍ!

¿¡ES UN GUARDIÁN DE LOS FIDEOS O QUÉ!?

Comienzo a sudar frío.

Esto es un fracaso absoluto.

Voy a morir de hambre porque no puedo interactuar con humanos.

Pero en ese momento…

El señor finalmente se mueve.

¡Gracias, universo!

Aprovecho el instante y me lanzo sobre los fideos.

Misión cumplida.

Siguiente objetivo: Leche y pan.

Error de cálculo: la caja registradora

Todo iba bien.

TODO.

Pude tomar el pan sin incidentes.

Pude agarrar leche sin que nadie me hablara.

¡Incluso logré esquivar a una vecina que intentó saludarme!

Pero cometí un grave error…

¡NO REVISÉ LAS CAJAS REGISTRADORAS!

¡HAY FILA!

¡Y ESO SIGNIFICA QUE TENDRÉ QUE INTERACTUAR CON UNA CAJERA!

¡NOOOOOOOOOOO!

Quiero huir.

Quiero salir corriendo y dejar todo ahí.

Pero ya llegué hasta aquí.

No puedo rendirme ahora.

Intento calmarme.

Pienso en técnicas para reducir mi estrés.

"Respira, Yoss. No hagas contacto visual. No hables demasiado. Responde con sí y no. Todo estará bien."

Avanzo lentamente en la fila.

Mi corazón late rápido.

El mundo se mueve en cámara lenta.

¡YA CASI ES MI TURNO!

La cajera me mira.

Sonríe.

—¡Hola! ¿Encontraste todo bien?

¿QUÉ RESPONDO?

¡MI CEREBRO ESTÁ EN PÁNICO!

Digo lo primero que se me ocurre:

—NO, ESTOY BIEN, GRACIAS.

Silencio.

La cajera parpadea.

Yo parpadeo.

¡ESO NO TENÍA SENTIDO!

¡DIOS MÍO, DIJE ALGO ESTÚPIDO!

¡LA INTERACCIÓN ESTÁ ARRUINADA!

¡TENGO QUE IRME!

—EMMM… sí… eh… —Balbuceo, sudando nerviosa—. Digo… eh… sí, encontré todo.

La cajera asiente lentamente.

Es oficial.

Soy rara.

Me escaneo los productos mientras yo me quedo quieta, deslizándome hacia la incomodidad absoluta.

—Serían 250 pesos.

Intento pagar lo más rápido posible, pero mis manos tiemblan tanto que casi tiro mi tarjeta.

¡TERMINA YA ESTA TORTURA!

Finalmente, la cajera me da mi cambio.

—Que tengas un buen día.

¡Tú también, lo siento!

¡¿QUÉ?!

¡¿POR QUÉ ME DISCULPÉ?!

No lo sé.

Solo sé que tengo que huir de aquí.

Supervivencia exitosa (pero con trauma de por vida)

Salgo del supermercado con la vergüenza corriendo por mis venas.

Me meto a mi apartamento.

Me tiro en el sofá.

Respiro hondo.

¡Lo logré!

¡Sobreviví a la peor experiencia de mi vida!

Pero a qué costo.

Me tapo con la manta.

¡Jamás volveré a salir!

Mi soledad es mi santuario, y no dejaré que nadie lo arruine otra vez!

Toco la bolsa de pan.

Esponjoso.

Tal vez valió la pena.