Un Nuevo mundo:

Abrí los ojos y me encontré con un techo desconocido.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al instante. No me sentí sorprendido... o quizás sí, pero no tuve tiempo de procesarlo. Mi respiración era lenta, controlada, pero mi pecho se sentía pesado. Algo estaba mal.

Me incorporé con torpeza, sintiendo la caricia fría de la seda sobre mi piel. El colchón cedió bajo mi peso cuando traté de enderezarme. Algo en mis movimientos no era natural. Me sentía extraño, como si estuviera dentro de una armadura ajena, forzando cada músculo para moverse de la manera correcta.

Entonces, lo vi.

Un espejo al otro lado de la habitación reflejaba mi imagen.

El reflejo me devolvió la mirada con ojos dorados, cabello blanco y rasgos finos. Una belleza arrogante y distante.

"Cael Drakenfeld."

El hijo bastardo del duque Valerian Drakenfeld.

Un personaje de la novela web Academia Zenith: El Ascenso del Héroe, una historia genérica que solía leer en mis días de decadencia.

Su única función en la historia era ser humillado y despreciado.

Su madre lo había abandonado tras su nacimiento, dejándolo en las puertas del palacio con nada más que una nota con su nombre.

Mi estómago se encogió. El mareo me golpeó de golpe.

Un dolor punzante atravesó mi cráneo como si me estuvieran partiendo la cabeza en dos. Solté un jadeo entrecortado y llevé una mano a mi frente. La visión se volvió borrosa, los latidos en mis sienes se intensificaron, y antes de poder hacer algo, los recuerdos me asaltaron.

Eran ajenos, pero llegaban con la misma nitidez que los míos. Como si me estuvieran obligando a vivir una vida que no me pertenecía.

Cael Drakenfeld.

Los insultos de sus hermanos.

Las miradas frías de los sirvientes.

El desprecio de la duquesa.

El dolor de ser considerado un fracaso.

Me ahogaba en su existencia. Su desesperación se fundía con la mía. La rabia, la soledad, el resentimiento... por un momento, sentí que me perdería en él.

Pero entonces, una imagen atravesó el caos.

Una cruz.

Siempre había estado con él, desde que tenía memoria.

Con manos temblorosas, la busqué a tientas y la sostuve entre mis dedos. Su superficie cálida me envolvió en un refugio invisible. Mi respiración, antes errática, comenzó a estabilizarse. El dolor retrocedió.

"Esto no es mío... y aun así, se siente familiar".

Me dejé caer al suelo, tratando de recuperar el aliento. Mi mente seguía hecha un desastre, pero al menos ya no sentía que iba a desmoronarme.

Entonces, la realidad me golpeó.

Por un lado, sentí alivio de estar aquí. En mi mundo, no tenía nada. Pero eso no significaba que aquí las cosas fueran mejores.

Soy el quinto hijo del duque Drakenfeld.

El único sin talento para la magia.

El único que no es hijo de la duquesa.

El más joven.

El más despreciado.

Mi padre no me odia, pero tampoco evita que los demás me maltraten. Mis hermanos me desprecian. La duquesa me odia. Los sirvientes me temen o me desprecian.

"No debo olvidar quién soy."

Cerré los ojos con fuerza. No quería convertirme en él. En alguien cruel y arrogante. No quería cargar con su destino.

Sacudí la cabeza, forzándome a dejar de pensar en ello. Me levanté con esfuerzo y me dirigí al baño. "Necesito despejarme."

Al entrar, noté un detalle curioso. Una tubería con piedras de maná incrustadas, parte del sistema que controlaba la ducha. Extendí la mano, tratando de sentir la energía en ellas... pero no sentí nada.

El agua cayó sobre mi piel, y dejé que el calor aliviara la tensión en mis músculos. Me lavé rápido y, tras salir, me puse unos pantalones negros y una camisa de lino blanca.

Me senté en la cama, cerrando los ojos para recopilar la información en mi mente.

Estoy en el día 38 del ciclo 1489, Armonio Frostwynn.

La academia comienza en el Armonio Lyndwynnar del próximo ciclo.

Tengo cinco armonios y dos días antes de ingresar.

Abrí los ojos y tomé una pequeña campana de la mesa de noche. La sacudí levemente.

Unos segundos después, la puerta se abrió.

"¿N-necesita algo, señor?"

Una voz temblorosa.

Miré a la joven que había hablado. Era una sirvienta pequeña, vestida con un traje... inapropiado. Uno que, según los recuerdos de Cael, había sido exigido por él.

Su postura era rígida. No me miraba a los ojos.

Los moretones en sus muslos eran visibles.

Sentí náuseas.

Mi garganta se cerró por un instante, pero tragué saliva y hablé.

"Tráeme algo de comer".

Mi voz salió más fuerte de lo que pretendía.

La sirvienta dio un respingo y huyó casi de inmediato.

Exhalé despacio y me llevé una mano a la frente. No era mi intención asustarla... pero las memorias de este cuerpo pesaban sobre mí más de lo que esperaba.

No bastaba con recordar que no era el Cael original.

También tenía que demostrarlo.

Suspiré y extendí la mano, intentando sentir el maná una vez más. Pero no había nada.

Nada.

Según los recuerdos de Cael, el maná debía sentirse como un líquido cálido recorriendo el cuerpo. Pero yo no sentía ni una gota.

Frustrado, busqué la cruz sobre la mesa de noche y la sujeté con fuerza.

Algo dentro de mí respondió.

No era maná. No tenía la misma textura espesa ni la misma sensación cálida. Era algo más. Algo más puro, más brillante. Como un río de luz.

Pero entonces, se desbordó. Un latigazo de energía recorrió mi espalda y, con un sonido seco, la tela de mi camisa se rasgó.

Mi cuerpo se tambaleó. La energía me drenó por completo, dejándome sin fuerzas. Respiré con dificultad, tratando de entender qué acababa de ocurrir.

"¿Qué demonios era esto?"

Si no era maná... entonces ¿Qué fluía dentro de mí?

Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.

La sirvienta había regresado con una bandeja de comida. Sus manos temblaban mientras la colocaba sobre la mesa. Me miró de reojo, esperando el peor de los escenarios.

No podía culparla. Pero si quería cambiar la historia de Cael Drakenfeld, debía empezar ahora.

—Gracias.

La joven se detuvo en seco, sus ojos se abrieron un poco, sorprendida.

Ignoré su reacción y me acerqué a la mesa para comer.

Comi mi comida mientras la sirvienta esperaba "Donde estan mis hermanos" Esta vez me asegure de suavizar mi voz, aun asi no dejo de temblar

"El primer maestro Magnus se encuentra en una junta con el patriarca, la segunda señorita Selene salio, el tercer maestro se encuentra fuera y la cuarta señorita esta en su habitacion" Hablaba con voz temblorosa, parecia que en cualquier momento lloraria

Termine de comer y me levante "Puedes irte"

El aire fresco de la tarde se filtraba por los pasillos del palacio. Sentado en el borde de mi cama, tamborileé mis dedos sobre la rodilla, mi mente aún revuelta tras la incómoda interacción con la sirvienta. 

"Necesito salir de aquí" murmuré, como si mis palabras pudieran darme la fortaleza que tanto anhelaba.

Con un suspiro profundo que intentaba expulsar toda la ansiedad acumulada, me levanté, tomé otra camisa, un abrigo ligero y abandoné la habitación. Mis pasos resonaban en la madera pulida del suelo, pero nadie parecía prestarme atención. Caminaba entre sombras, invisible entre rostros que, en el fondo, no esperaban nada de mí.

Al cruzar el umbral hacia el jardín, el alivio me envolvió. Allí, el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosas, pintando un espectáculo de colores que desbordaba belleza. La brisa acariciaba suavemente las hojas de los árboles que rodeaban la mansión, y cada respiración se sentía más ligera, cada paso más firme.

Sin rumbo fijo, mis pasos me guiaron más allá de los senderos delimitados. Me permití divagar, adentrándome en un pequeño bosque que marcaba los límites de la propiedad. Cael nunca había tenido la curiosidad de explorar esta parte del terreno. ¿Qué razón tendría el de antes para hacerlo?

Una sensación inquietante, casi palpable, me envolvía. Era como si algo—o alguien—me estuviera llamando desde las profundidades de ese bosque, una voz cálida. Una mezcla de curiosidad y temor me instaba a seguir adelante, a descubrir qué había más allá de lo conocido.

Apreté la cruz en mi bolsillo, un gesto automático que me brindaba una pizca de consuelo. Me detuve, sintiendo un leve cosquilleo recorrer mi piel, una energía diferente a la calidez de cualquier mana que jamás había podido sentir.

El sonido de las hojas crujiendo bajo mis botas se convirtió en mi único acompañante. Cuanto más avanzaba, más se intensificaba esa extraña sensación. Pronto noté una formación rocosa entre los árboles: un montículo irregular, cubierto de raíces y musgo, que parecía haber brotado del mismo corazón del bosque. A primera vista, podría parecer simplemente una estructura natural, pero al acercarme más, mis ojos se fijaron en una grieta entre las rocas, como un secreto esperando ser revelado.

Pasé los dedos por la abertura, sintiendo la textura áspera de las piedras frías. El interior estaba envuelto en la oscuridad, pero no parecía profundo. "¿Es una cueva?" No recordaba que estuviese mencionada en los mapas de la propiedad, y eso solo intensificó mi deseo de saber más.

La entrada era estrecha, como un pasaje entre el mundo exterior y un misterio por descubrir. Al avanzar unos pasos, el espacio se abrió lo suficiente para que pudiera moverme con cierta comodidad. El eco de mi respiración se multiplicó en la penumbra, creando un ambiente casi mágico que invitaba a la reflexión.

El cosquilleo en mi piel se intensificó, como si el aire a mi alrededor estuviera cargado de energía. Fruncí el ceño, sacando la cruz de mi bolsillo, sosteniéndola con fuerza mientras examinaba la cueva. La escasa luz que entraba a través de la abertura iluminaba fragmentos de la roca, dibujando sombras en el suelo que parecían moverse por sí solas.

"Hay algo aquí"

Había una presencia, intangible y familiar, que me susurraba al oído, invitándome a seguir adelante.

Con cada segundo que pasaba, la atmósfera se tornaba más densa, y la mezcla de ansiedad y emoción vibraba en mi interior. Me adentré un poco más, el eco de mis pasos resonando con un ritmo propio, como si la cueva respondiera a mi presencia. Melodías susurrantes parecían envolverme, formando una sinfonía de murmullos que resonaban en mi mente, evocando recuerdos vagos y visiones distantes.

Entonces, en el silencio de la penumbra, sentí que una mirada me observaba desde la oscuridad; una conexión que iba más allá de lo físico, que me atravesaba como un rayo de luz en la noche. Retrocedí un paso, y sentí el frío de la cueva cerrarse un poco más alrededor de mí, casi como si quisiera atraparme.

Respiré hondo, intentando calmar el tumulto que se había apoderado de mi corazón. La cruz en mi mano comenzó a vibrar suavemente, como si respondiera a la energía que pululaba en el aire. Era un llamado innegable, un susurro que prometía respuestas a preguntas que nunca había formulado.

Mire la cruz que empezó a brillar 

Pasé un dedo por su superficie y una luz enceguecedora me envolvió. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando el entorno a mi alrededor cambió.

Al abrir los ojos, me encontré en un paisaje que jamás había visto antes. Un campo de trigo dorado se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y en el centro se alzaba un árbol solitario, majestuoso y antiguo. El viento mecía suavemente las hojas y las espigas, creando un susurro armonioso.

Hipnotizado, avancé con pasos lentos y cautelosos.

Fue entonces cuando la vi.

Una mujer de cabellos blancos y ojos dorados me observaba con una sonrisa serena. Sus alas, blancas y esplendorosas, se extendían con una gracia que desafiaba la realidad. Cada pluma parecía moverse con el viento, vibrando con una energía que no podía comprender.

Su presencia despertó un sentimiento desconocido en mi pecho. Familiaridad. Nostalgia. Algo profundo que no pertenecía ni a mí ni a los recuerdos de Cael.

"Pensé que nunca te vería" dijo la mujer con una voz suave, llena de ternura "Has crecido mucho."

Sentí un nudo en la garganta. Instintivamente, di un paso atrás cuando ella se acercó. Algo en ella me abrumaba.

"¿Quién...? "mi voz apenas fue un susurro.

La mujer no pareció sorprendida por mi reacción. En cambio, su sonrisa se mantuvo inalterada mientras alzaba una mano y me acariciaba suavemente la mejilla.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Esto no estaba en la novela. No podía entender por qué estaba sucediendo en este momento.

Una lágrima caliente rodó por mi mejilla antes de que siquiera pudiera procesar lo que sentía. No era tristeza ni felicidad, era... algo más. Algo que no pertenecía ni a mí ni a Cael. Un anhelo profundo, una herida antigua en el alma.

"Dudo que me reconozcas " susurró la mujer con melancolía.

La cruz en mi mano comenzó a vibrar.

Tragué saliva con dificultad. Mi instinto me gritaba que no escuchara lo que ella estaba por decir.

"Nosotros tenemos prohibido bajar a la tierra."

Mi pecho se apretó. Algo dentro de mí se negaba a creerlo.

"¿Q-qué eres...? "murmuré, sintiendo mi compostura desmoronarse.

La mujer sonrió con dulzura.

"Soy tu madre."

Sentí que el mundo a mi alrededor se tambaleaba.

"Soy un ángel " continuó ella, con la misma ternura en su mirada "Tal vez estés enojado porque no estuve contigo... pero, después de tenerte, fui sellada. Me queda poco tiempo en la tierra, pero quería verte... saludarte... y despedirme."

Levantó la mano y la cruz que sostenía flotó suavemente hasta ella.

"Sellé tu sangre sagrada hasta que crecieras..."

Me quedé sin palabras cuando el lugar comenzó a distorsionarse. El trigo y el cielo parecían fragmentarse en destellos de luz, como si la realidad misma se estuviera desmoronando.

"Ya estás lo suficientemente grande" dijo ella con una sonrisa nostálgica. "Es momento de irme."

Sin previo aviso, rompió la cruz con un suave movimiento de sus dedos. Un resplandor intenso emergió de su interior y, antes de que pudiera reaccionar, la luz se precipitó hacia mí. Sentí su calidez envolviéndome, como un fuego ardiendo en mis venas, recorriendo cada parte de mi ser.

Mi madre comenzó a elevarse en el aire, sus alas batiendo con delicadeza. Sabía que se estaba yendo, que esta era la última vez que la vería. Un impulso irracional se apoderó de mí.

"¿Cuál es tu nombre?" pregunté con desesperación.

Ella me miró con dulzura, sus labios curvándose en una sonrisa triste.

"Mi nombre es..."