Nadie Puede Matarte Conmigo Aquí

El hombre fornido abrió los ojos y lo primero que vio fueron los ojos inyectados en sangre de Archibald. Luego vio las terroríficas garras que estaban a menos de un dedo de distancia de él.

Pero las garras se detuvieron justo frente a él y no avanzaron ni un paso más.

No fue porque Archibald tuviera miedo, o porque hubiera cambiado repentinamente de opinión.

Sino...

Había una mano.

Una mano larga y poderosa estaba sujetando firmemente la garra de dragón de Archibald.

La diferencia entre las dos era demasiado grande. Una era fea y feroz, la garra gigante de una bestia mágica, y la otra era clara y noble.

Sin embargo, la fuerza de la última era mucho mayor que la primera. Bloqueó por la fuerza la garra del dragón en el aire, incapaz de avanzar lo más mínimo.

El hombre fornido vio al dueño de esta mano, un joven apuesto y sereno.

Los ojos escarlata de Archibald lo miraron fijamente, su intención asesina surgiendo como una marea.