—¡Xiao Bai, Negrito, vengan aquí y ayúdenme! —llamó Li Nianfan de repente como si recordara algo.
—Mi querido maestro, ya voy —corrió Xiao Bai hacia él desde el patio interior.
—¡Guau guau guau! —Negrito corrió al oír su nombre, meneando la cola.
Li Nianfan asintió satisfecho. Casi olvidaba que tenía dos trabajadores gratuitos en casa. Sería más eficiente con su ayuda.
El Santo Emperador le había regalado muchos elixires. Cada elixir se veía diferente uno del otro, pero todos igual de buenos. Una vez que terminara de plantarlos, esta parcela de tierra se convertiría en un mini jardín de elixires.
Li Nianfan preparó dieciséis canteros para los elixires y las Hierbas Espirituales dadas por Lin Qingyun. Incluso había trazado dónde plantar cada uno de ellos, asegurándose de que sus visitantes quedaran cautivados por la vista al entrar.
La clave de todo era la semilla especial.