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¡Gulp!
Qin Manyun y Yao Mengji sentían como si sus cabezas fueran a explotar. Podían sentir su sangre fluyendo frenéticamente en sus venas.
Yao Mengji forzó una sonrisa que era más dolorosa de ver que un llanto. Temblando, dijo:
—Señor... Señor Perro, soy un gran amante de los perros. ¡Somos familia!
Negrito no se molestó en mirar a Yao Mengji. Se volvió hacia Qin Manyun y dijo con calma:
—Sé que eres invitada de mi maestro. Supongo que conoces las reglas, ¿verdad?
Qin Manyun estaba conmocionada. ¡Sabía que este perro le resultaba familiar. Ahora, finalmente recordó que Li Nianfan tenía un perro negro que se parecía mucho a este!
Sus ojos brillaron, y de repente, entendió lo que Negrito quería decir. Dijo apresuradamente:
—¡Sí! ¡Conozco las reglas!
Negrito asintió.