La alta y majestuosa montaña se alzaba orgullosamente sobre el océano. En la mitad de la montaña había una cueva que parecía la enorme boca de un monstruo, como si estuviera a punto de devorar todo en el mundo.
Esa cueva era la guarida de Goblen. Una gruesa capa de ladrillos dorados pavimentaba el camino y cubría las paredes, que estaban incrustadas con todo tipo de joyas brillantes. Iluminaban toda la cueva y la hacían brillar con oro, formando una vista hermosa y espectacular.
A medida que uno se adentraba en la cueva, lo que entraba a su vista eran monedas de oro apiladas como montañas, pepitas de oro y pezuñas de caballo de oro[1]. Todo esto apilado junto formaba un gigantesco nido de dragón—era la guarida de Goblen.
Rodeando la guarida también había montones y montones de joyas, cristales elementales, Cristales de Origen de Leyes de la Naturaleza...
Cada objeto era un tesoro raro y precioso. Cualquier pieza al azar era suficiente para convertir a un mendigo en un magnate.