Arrodíllate, Matando al Hijo del Dios Supremo

Un silencio sepulcral llenó todo el lugar.

El aire parecía haberse quedado inmóvil.

Incluso el tiempo mismo parecía haberse detenido.

Todas las deidades miraban al joven de cabello negro que se erguía orgullosamente en el cielo, todos ellos atónitos y estupefactos.

—¿Quién es ese tipo? ¡Pensar que está hablándole así al señor de la ciudad! ¿No teme que lo maten?

—¡Tsk, tsk! ¡Qué valiente!

—¡Qué dureza! ¡Es la primera vez que veo a alguien tan terco!

Después de un momento de silencio, las deidades entraron en furor. Señalaban y gesticulaban hacia Meng Lei, algunos burlándose de él, otros maravillándose, o mirándolo con una expresión de simpatía en sus rostros...

La más dramática fue la diosa enamorada de antes. De hecho, saltó furiosamente frente a Meng Lei y lo reprendió:

—¿De qué pueblo perdido has salido? ¿Sabes con quién estás hablando? ¡Exijo que te disculpes con el señor de la ciudad! ¡Ahora mismo, ya, inmediatamente!