Recomendación del autor: Escuchar Love You With All My Heart de Crush para una experiencia más inmersiva.
Bostezo con fuerza y me estiro debajo de las sábanas, intentando espabilarme un poco. Qué bien había dormido. Tanteo la mesa de noche junto a mi cama en busca de mi celular y, algo soñolienta, lo llevo hacia mi rostro.
Las nueve de la mañana.
Realmente había dormido bastante. Considerando que ayer, luego de llegar a casa del cementerio, me fui a dormir enseguida. Mi mente se sentía agotada luego de una semana de malas noches, pesadillas e insomnio. Pero por fin pude dormir en paz.
Con algo de pereza, salgo de mis cálidas sabanas y me levanto camino al baño. Hago mis necesidades primarias, cepillo mis dientes y lavo mi rostro. Lista para pasar un día en pijama, sin hacer nada.
—Te ves bien, chica. Mucho mejor que ayer— me digo a mí misma frente al espejo del baño, notando que mis ojeras habían mejorado considerablemente.
Salgo de la habitación y bajo las escaleras para intentar prepararme un desayuno decente. La cocina no era precisamente mi punto fuerte, si soy honesta. Mientras bajaba, el olor a café recién hecho inundó mis fosas nasales, haciéndome suspirar de placer.
Oh, que genial... tal vez Nathan se levantó primero y ya no tendré que cocinar. Siempre puedo robar algo de su desayuno.
—¿Nathan? Espero que hayas hecho café para dos— digo entrando a la cocina con una sonrisa.
—No soy Nathan, pero este desayuno sin duda es para ti mi niña bonita— su dulce voz impregnada de un ligero acento me hace frenar inmediatamente, mirándola con sorpresa.
—¿Rosa? ¡Pero qué haces aquí! Pensé que aún seguías de vacaciones visitando a tus hijos— exclamo sorprendida y no puedo evitar correr, envolviéndola felizmente en un fuerte abrazo que corresponde entre risas. Mi nana.
—Yo también te extrañé, mi niña bonita— asegura abrazándome con fuerza con sus brazos regordetes. Como la había echado de menos —Anda, siéntate y deja que termine de preparar tu desayuno— me apremia llevándome a una de las sillas del desayunador.
—Debiste decirme que vendrías. Hubiera pasado por ti al aeropuerto— le aseguro mirándola con reprimenda. Ella pone una taza de café frente a mí y agita la mano restándole importancia.
—Tonterías, soy bastante mayorcita. No es como si me fuera a perder— responde con su habitual sarcasmo, haciéndome reír.
—Tan ocurrente como siempre— afirmo con gracia mientras le daba sorbos a mi café.
Rosa ha sido mi nana desde que era pequeña, aunque más que cuidarme, realmente la considero como parte de mi familia. Luego de que papá falleció, con su habitual actitud optimista, ella realmente se volvió un gran apoyo para todos. Es como la abuela cariñosa y consentidora que nunca tuve. Estuvo unos meses fuera para visitar a su familia que no veía desde hace años. Ella venia de una isla del caribe, por lo que ir y visitarlos no siempre era fácil, ya que era un largo trayecto.
Pero me alegraba tanto que estuviera aquí, es una de las personas más cariñosas y amables que conozco. Aunque ella asegura que en realidad es porque así es su cultura, donde las personas siempre están alegres y sonrientes a pesar de las dificultades. Debe ser un lugar maravilloso.
—¿Dónde está Nathan? Normalmente estaría aquí robando tu comida y tu regañándolo por hacerlo— le pregunto mientras ella sirve algunas cosas en un plato.
—Se levantó muy temprano y me dijo que debía entrenar, volverá para la tarde. Es un niño realmente dedicado— asegura poniendo el plato frente a mí, el cual desprendía un olor delicioso —Anda, come. Veo que estas más delgada que como te dejé, niña— me regaña haciendo un ademan con las manos, invitándome a comer. El plato que Rosa puso frente a mí estaba lleno de huevos revueltos esponjosos, un par de tostadas con mantequilla derritiéndose en la superficie, unas cuantas tiras de tocino crujiente y un pequeño tazón de frutas frescas. El olor me envolvió como un abrazo cálido, y no pude evitar sonreír llevándome el primer bocado a mi boca.
—Es porque extrañaba tu comida— bromeo divertida, aunque realmente si lo hice. —Pero cuéntame ¿Cómo te fue? ¿Realmente son así de hermosas las playas ahí como en tus fotos? —pregunto con emoción y ella empieza a relatar un montón de historias, sobre su familia y todo lo que hizo allá.
Y por su felicidad al hablar, se notaba que realmente disfrutó haber vuelto por un tiempo a su hogar.
(*****)
—Iré a comprar algunas bebidas a la pequeña tienda que está cerca— le aviso a Nathan, parada al pie de las escaleras mientras me coloco mi abrigo.
Luego de mi desayuno con Rosa, prácticamente me pase el resto de la mañana y de la tarde descansando y retocando algunas fotografías que había tomado hace unos días, pero no había tenido tiempo de editarlas. Realmente fue un día bastante relajado y merecido, teniendo en cuenta lo emocionalmente tediosa y agotadora que había sido esta semana para mí.
Cuando Nathan llego de su entrenamiento, me dijo que nuestros amigos vendrían a la casa a pasar el rato en la noche. Al parecer a Holden se le ocurrió la brillante idea de hacer una reunión, ya que casi nunca nos veíamos fuera de la universidad. Y por supuesto, según él, nuestra casa era perfecta para eso. Estoy casi segura de que esta supuesta reunión es solo una forma que se inventó Holden de distraernos a mi y a Nathan del aniversario de nuestro padre. Todos los años proponía la misma idea, casualmente justo un día después de que hacíamos nuestra visita al cementerio, y nosotros solo fingimos y le seguimos la corriente de que es algo casual porque apreciamos su intento de hacernos sentir mejor a su manera.
—¡¿Necesitas que te acompañe?! — me grita desde el segundo piso, seguramente a punto de entrar a ducharse.
—¡No, estoy bien! Volveré pronto— aseguro tomando mi bolso y saliendo de la casa.
Camino sin prisas sobre el pavimento y admiro las hojas de otoño caer de los árboles, embelleciendo las calles con sus colores cálidos. Era una imagen simplemente hermosa. La pequeña tienda de conveniencia no quedaba muy lejos de casa, así que preferí caminar y despejar mi mente por un momento. Mi corazón se sentía un poco más ligero que ayer, y realmente lo agradecía. El pensamiento fugaz, de que tal vez bailar aligero la carga que sentía en mi corazón, paso por mi cabeza, provocándome en profundo suspiro.
Me sentía dividida en dos, como si mi corazón y mi mente tuvieran opiniones totalmente diferentes. Por un lado, aun sentía un agradable hormigueo en todo mi cuerpo después de realizar ese baile. La emoción, las sensaciones, la música, mi cuerpo entregándose a cada paso. Todas esas cosas me llenaban y me recordaban porque me gustaba tanto bailar.
Pero luego, estaba mi mente, recordándome una y otra vez la razón por la que no debería anhelarlo más. Los recuerdos se volvían más vividos, más reales, en cuanto empezaba a bailar. No podía evitarlo, era como si viajara en el tiempo a ese momento en específico, haciéndome sentir perdida y reemplazando mi emoción por ansiedad. Haciendo mis piernas temblar, impidiéndome continuar.
Miro a mi alrededor con pesar, incapaz de decidir ahora lo que realmente quería. Todo era tan complicado que me provocaba dolor de cabeza. Desearía que fuera más sencillo.
Y luego estaba Zeth, pensé. Aun podía recordar perfectamente su imagen triste y afligida. Esa era una de las otras cosas que me había mantenido la cabeza ocupada desde ayer, aparte de mis propios dilemas. No podía olvidar ese pequeño encuentro o su aspecto sombrío.
Me preguntaba quiénes eran esas personas para él.
En realidad, empezaba a preguntarme muchas cosas, aunque aún no estaba segura de querer saber la respuesta. Me incomodaba sentir esta pequeña curiosidad sobre él, la cual ni siquiera debería tener en primer lugar. Por eso, aunque esta pequeña curiosidad estaba empezando a despertar en mí, me negaba rotundamente a seguir con ella. No me interesaba navegar en los conflictos de alguien más -intente convencerme-. No cuando sabía que eso solo me acercaría más a él, lo cual no quería.
Luego de varias cuadras, en las que estuve sumergida en mis pensamientos, finalmente llego a la tienda. Tomo una pequeña canasta y empiezo a llenarla de gaseosas, dulces y algunas botanas. No pretendía comprar muchas cosas, ya que pediríamos comida. Pero venir aquí sin duda me sirvió de excusa para despejarme y tomar aire fresco.
—Aquí esta su cambio, señorita. Que lo disfrute— me dice el cajero mientras me entrega dos bolsas y algunos billetes. Los guardo en mi bolso y tomo las bolsas, saliendo de la tienda.
Eran poco más de las 7, por lo que ya había anochecido, debido a que el invierno se aproximaba. Froté un poco mis manos para darme calor, sintiendo el soplo del viento frio chocar con mi cuerpo, y empecé a caminar de vuelta a casa. Sin duda, la temperatura había bajado un poco más, pero aun así me gustaba este clima.
Inmersa en mi alrededor y rodeada de personas que caminaban como yo, empecé a tener la sensación de estar siendo observada. Volteo ligeramente por instinto, pero no notaba nadie en particular detrás de mí; solo otras personas inmersas en sus propios asuntos. Suspiro y sacudo la cabeza, alejando esas ideas de mi mente. Probablemente solo sea el viento.
Continúo caminando y, luego de unos segundos, esa sensación vuelve a molestarme. Pero esta vez como si hubiera unos pasos muy cerca de mí. Me detengo abruptamente y volteo, esperando encarar a quien sea que me esté siguiendo.
Pero no había nadie.
Todo el mundo seguía su camino con normalidad.
Sintiéndome nerviosa e insegura, empiezo a caminar con un poco más de prisa. Tal vez esté siendo paranoica, pero debido a algunas cosas que había vivido, tampoco quería quedarme a averiguarlo.
Sigo caminando con prisa, cuando vuelvo a sentir lo mismo: hay alguien detrás de mí.
Volteo nerviosamente y.… es cuando lo veo.
Un hombre vestido de negro, que no había notado hasta ahora. Él parece notar que me di cuenta de que me seguía, por lo que intenta acercarse a mí con más prisa.
Sin pensarlo dos veces, mi primer instinto es correr.
Con el pánico corriendo por mis venas y sintiendo los pasos detrás de mí, corrí abriéndome paso entre las personas sin mirar atrás. Podía escuchar su respiración pesada a mis espaldas, acelerando mi pánico. Solo quería llegar a casa.
Pero debido a mi pánico, ni siquiera me percato de si el semáforo estaba verde para el cruce peatonal. Mi cuerpo solo intenta alejarse lo más pronto posible de ese extraño.
Entonces... lo que sucede a continuación, parece ocurrir en cámara lenta.
La luz cegadora de un auto aproximándose a mí me deslumbra y me desorienta, junto con el sonido del claxon y las exclamaciones de las personas a mi alrededor.
—¡Emma, cuidado! — escucho una voz, que se cuela entre todo el ruido, como una luz silenciosa.
Y lo siguiente que siento, es alguien tirando con fuerza de mi brazo, sacándome de la calle.
Mi cuerpo choca con el suyo y sus brazos me envuelven firmemente, sosteniéndome. Ni siquiera me había dado cuenta de que había cerrado los ojos. Escucho los murmullos de las personas a mi alrededor y lentamente los abro, topándome con unos ojos cálidos y familiares, que me miraban con genuina preocupación. Esos cálidos ojos avellanas, que los podría reconocer en cualquier lugar.
Zeth.
Por un instante, el aire pareció detenerse.
No era solo el impacto de verlo aquí, sino la manera en que su presencia transformaba el espacio.
No era el chico irritante de la universidad. Era alguien que, sin dudarlo, había arriesgado todo para salvarme. Algo dentro de mí, una emoción que no quería nombrar se agitó con fuerza. Sus brazos me sostenían firmemente contra su cuerpo, como si intentara protegerme, mientras su mirada denotaba emociones inusuales en él.
Mi corazón late con fuerza... extrañamente sintiendo un profundo alivio de ver su familiar rostro. Y de que él, haya aparecido de la nada, salvándome... de lo que pudo haber sido un desafortunado accidente.