Orgullo

Pueblo mío, escribo estas siete páginas para explicarles por qué no deben cometer estos siete errores fatales. Iniciaré por el que, creo, puede ser uno de los más graves: el orgullo.

Que quede claro, pueblo mío, que el orgullo es una sensación más que correcta. Me siento orgulloso de todo lo que he creado, de mi hijo y de muchas cosas más. Pero esta historia no trata de nosotros, sino de aquel que me dio el poder para hacer todo lo que ahora hago. Y fue precisamente por un error de orgullo.

Hace mucho tiempo, cuando el bello pueblo de Forgotten Land no existía, y solo era el enorme campo negro del tintero, no era más que una criatura tan débil e insignificante que hasta el más simple de los gusanos podía romperme un dedo. Y aunque podía percibir todo el sufrimiento del cual podría alimentarme y hacerme más poderoso, no podía salir de ese basurero. Tenía el banquete más delicioso ante mis ojos, pero solo podía verlo desde la ventana.

Un día, unos guardianes multiversales irían a ver el tintero. Dos guardianes, de los millones que había para proteger a los múltiples universos existentes, vinieron a verme. ¿Para qué? Simplemente para reírse un rato de mis patéticos intentos por salir de ahí. Y francamente, yo también me reía… porque era ridículo, como un pez dorado intentando subir la cascada Salto Ángel. Pero precisamente uno de esos guardianes sería quien me llevaría hasta donde estoy ahora.

—Escucha, flacucho, te desafío a un combate —dijo uno de ellos.

Resulta que, por aburrimiento, ambos guardianes decidieron que sería divertido pelear conmigo.

—Para que no sea tan sencillo, te dejaremos agarrar algo del cargamento —añadieron.

Ambos guardianes traían consigo un gran cargamento de armas y múltiples objetos. Me acerqué, revisando todas las armas que podía elegir. Pero entre ellas vi algo distinto: un dispositivo de forma circular con un gran botón celeste. Lo tomé sin que los dos se dieran cuenta y lo lancé disimuladamente por ahí, esperando que no lo notaran.

—No necesito ninguna arma —les dije.

Y así comenzó el combate.

Golpe tras golpe, patada tras patada… pero ninguna reacción apareció en el rostro del guardián. Y cuando fue su turno para golpear… de un momento a otro, ya estaba tirado en el suelo, en un estado deplorable.

Ambos guardianes multiversales se marcharon sin darse cuenta de que, al final del día, sí me había quedado con algo: el dispositivo que permitía viajar entre universos, el macguffin. Gracias a eso, finalmente pude salir de el tintero y probar todo el dolor que existía en cada universo. Y fue sumamente delicioso. Por fin, todo el hambre que sentía desapareció… para nunca volver.

Desde entonces, aquel guardián del multiverso se arrepiente de haberme desafiado a ese combate. Ese fue el peor error de su vida: un error de orgullo.