No sé cuánto tiempo permanezco de pie en el escenario después de que el telón cae. La algarabía tras bastidores contrasta con el vacío que siento en el pecho. Las voces de los demás bailarines se mezclan con la euforia de Cathia, los aplausos de sus compañeros, los murmullos de los jueces y la sensación de que todo mi esfuerzo ha sido en vano.
No puedo respirar. El aire se siente denso, como si cada bocanada quemara mis pulmones. Quiero salir corriendo, huir de todo esto, pero mis piernas no responden.
—Qué lástima, Regina —la voz de Chris llega a mi oído, y el escalofrío que recorre mi espalda me paraliza—. Pero bueno… al menos lo intentaste.
Levanto la mirada y me encuentro con su sonrisa burlona, esa misma que solo yo sé lo cruel que es. Se inclina ligeramente, sus ojos verdes brillan con una satisfacción perversa.
—Tu caída fue un espectáculo interesante —susurra, y su risa baja y condescendiente me perfora los oídos—. Lástima que no hayas practicado mejor.
Mis manos se cierran en puños. Lo hizo a propósito. No hay duda.
—Eres un maldito… —susurro, pero antes de que pueda seguir, Chris da un paso hacia mí, tan cerca que siento su aliento cálido en mi mejilla.
—Vamos, Regina… no querrás armar una escena, ¿verdad? —Su voz es un veneno dulce, y aunque la rabia me carcome, sé que tiene razón. No hay nadie que vaya a creerme. Para todos, él es el bailarín estrella, el joven talentoso que todos admiran.
Me doy la vuelta y salgo de ahí. Necesito respirar, necesito escapar.
Las luces del pasillo son frías y pálidas. Camino rápido, ignorando las miradas de los demás bailarines, las susurrantes palabras de consuelo que no significan nada para mí. Lo único que quiero es llegar a mi camerino, cerrar la puerta y desaparecer.
Cuando finalmente entro, el aire cargado de perfume y sudor se siente asfixiante. Me apoyo contra la puerta y respiro hondo, tratando de calmarme. Pero entonces escucho risas.
Risas provenientes del pasillo.
Y entre ellas, la de Cathia.
Mis músculos se tensan. Me acerco a la puerta y apenas la abro, lo suficiente para ver.
Ahí están. Cathia y Chris, juntos, demasiado cerca. Su risa es melosa, y la forma en que ella le toca el brazo es… íntima.
—Funcionó a la perfección —susurra ella, sonriendo con malicia—. Pobrecita Regina, parecía a punto de llorar.
—Bueno, es lo que pasa cuando no eres lo suficientemente buena —responde Chris con fingida lástima, y Cathia suelta una carcajada.
Siento un nudo en el estómago. No solo lo planeó. Lo disfrutó.
Mi respiración se vuelve errática. Cierro la puerta de golpe y me dejo caer en el banco frente al espejo. Mi reflejo me devuelve la mirada: una chica de ojos vidriosos, labios apretados y un temblor sutil en las manos.
Me prometí a mí misma que no lloraría. Que no dejaría que me rompieran.
Pero cuando la realidad me golpea, el dolor es insoportable.
Me han arrebatado mi sueño.
Y lo peor de todo…Es que nadie me creería.
Lloré hasta que mis ojos se hincharon tanto que parecían dos bolsas llenas de agua. Mi cuerpo estaba tumbado en el sofá del camerino, pesado, como si me hubiera tragado una piedra. Todo mi esfuerzo, todo mi sacrificio… tirado a la basura por la traición de mis propios compañeros.
Había trabajado demasiado para llegar aquí. No tenía una familia influyente, ni dinero para pagar maestros privados. Solo tenía mi cuerpo, mi disciplina y mis ganas de bailar. Y ahora, ellos me lo habían arrebatado todo.
¿Qué iba a hacer? ¿A quién acudiría? ¿Quién me creería?
Me sentía derrotada. Frágil. Ahogada en una mezcla de pensamientos y emociones que nunca antes había experimentado con tanta intensidad.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché golpes en la puerta.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —Era la voz de una mujer mayor, firme pero paciente—. Estamos por cerrar el teatro.
Me levanté de golpe, sintiéndome mareada. Parpadeé para despejarme y miré el reloj. eran las 9:45 p.m.
Me acerqué a la puerta y la abrí. Frente a mí, había una señora bajita con el cabello cenizo y la cara arrugada.
—Soy la conserje —dijo con amabilidad—. Tengo que cerrar el lugar, querida. Es tarde.
Asentí en silencio. Me puse mi chamarra de mezclilla con las alas diamantadas en la espalda, me calcé los tenis y tomé mi maleta. Mis movimientos eran mecánicos, como si mi cuerpo se moviera por inercia mientras mi mente seguía atrapada en el escenario, en la humillación, en la risa de Cathia.
Al salir del camerino, pasé frente al de ella. Y fue entonces cuando los escuché.
Gemidos. Risas ahogadas.
Chris y Cathia.
El asco y la ira me recorrieron de golpe. Sus papeles eran tan diferentes a los míos… Ellos celebraban su victoria con placer, mientras yo me hundía en la tristeza de su traición.
Algo dentro de mí se rompió.
Sin pensarlo, di un paso atrás y le di una patada a la puerta del camerino con todas mis fuerzas.
—¡Váyanse a la mierda! —grité con el pecho ardiendo.
El golpe retumbó en el pasillo, pero no me quedé a ver sus reacciones. Seguí caminando sin mirar atrás, con la rabia palpitando en mis venas.
Cuando llegué a la salida, vi a otro anciano, uno que jamás había notado antes en el teatro. Su postura era tranquila, sus ojos sabios. Sin decir nada, extendió su mano y me ofreció un trébol de tres hojas.
—Entre el lodo crecen flores hermosas —dijo con voz pausada.
Lo miré con desconcierto.
—¿Qué…? —No entendí por qué un desconocido me decía eso ni por qué me entregaba un trébol.
Aún aturdida, tomé la pequeña planta y la guardé en el bolsillo de mi chamarra. El anciano solo asintió con una leve sonrisa antes de alejarse por el pasillo.
Sacudí la cabeza y salí del teatro. El aire frío de la noche me golpeó en la cara. Caminé hasta la parada de autobús, pero ya no había transporte a esa hora.
Mi única opción era atravesar el puente que cruzaba el río.
Suspiré. Me quedaba un largo camino por delante, pero quizás caminar me ayudaría a despejar un poco mi mente.
Así que avancé, con la ciudad oscura a mi alrededor y el trébol guardado en mi bolsillo.