Al escuchar la voz de Han Yu, y ver esa sonrisa familiar, el corazón de Lin Qingya latió salvajemente. Apenas podía creer lo que veían sus ojos. Sabía que esto no era un sueño, ¡era real!
Se lanzó a los brazos de Han Yu, con lágrimas cayendo como perlas de un collar roto, humedeciendo la ropa de Han Yu.
—Wu wu wu...
—Wu wu wu...
El rostro de Lin Qingya se cubrió instantáneamente de lágrimas. —Yu, ¡por fin has despertado! ¡Estuviste dispuesto a despertar!
—¿Tienes idea de lo que he pasado estos días? ¿Sabes que he estado sentada junto a tu cama todos los días esperando a que despertaras? ¿Te das cuenta de cuánto dolor he sentido...?
—Wu wu wu...
—Wu wu wu...
Las emociones que habían estado reprimidas durante tanto tiempo estallaron como aguas de inundación de una compuerta abierta.
Mientras Lin Qingya sollozaba, balanceaba sus pequeños puños, golpeando la espalda de Han Yu como si quisiera desahogar las emociones dentro de ella.