Un Reino Mágico

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Gula miró fijamente a la mujer en el espejo, que picoteaba los granos de arroz en su avena.

No se parecía en nada a la mujer de la que se había enamorado. El aire de confianza y picardía no se veía por ningún lado. En su lugar, aparecía una adulta, agotada con el peso del mundo sobre sus hombros.

Su cabello, aunque todavía de color claro, ahora era más blanco que azul pálido, y le caía hasta la cintura. Los mechones estaban enredados como si no se hubiera molestado en cepillarse el pelo en un tiempo, pero mientras le habría quedado bien a la Hattie de antes, no le quedaba bien a esta mujer.

Llevaba una camiseta blanca de manga larga con sangre seca en el antebrazo derecho. Las mangas le cubrían la mitad de las manos, con el pulgar sobresaliendo por un agujero en el puño. Incluso sus pantalones, unos ajustados que parecían de cuero, no le quedaban como a la Hattie que él conocía.