Manantiales de Santa María

"Manantiales de Santa María" se alzaba como un bastión de aparente serenidad, alejada del bullicio y la impureza de la ciudad. A primera vista, la clínica podría haber sido confundida con un monasterio o un retiro espiritual. El edificio principal, de piedra gris y techos de tejas rojas, se erguía en medio de un extenso terreno verde, rodeado de jardines meticulosamente cuidados.

Los jardines eran un laberinto de senderos serpenteantes, fuentes de agua cristalina y flores de colores vibrantes. Bancos de madera invitaban a la contemplación, y árboles frondosos ofrecían sombra y refugio. Sin embargo, esta belleza oculta una realidad mucho más oscura.

Una pequeña iglesia de estilo románico se encontraba en un extremo del terreno. Sus vitrales coloreados proyectaban luces suaves sobre los bancos de madera, y el aroma a incienso llenaba el aire. Era un lugar de oración y sermones, pero también de manipulación y control.

Un pequeño lago, de aguas tranquilas y espejeantes, reflejaba la imagen de la clínica y los árboles circundantes. Patos y cisnes nadaban en su superficie, ajenos al sufrimiento que se escondía tras los muros de piedra.

El ala de depresivos con tendencias suicidas, donde se encontraba Paloma, era un contraste marcado con la belleza exterior. Las habitaciones eran pequeñas y austeras, con ventanas enrejadas y muebles mínimos. Los pacientes, en su mayoría mujeres, se movían como sombras, con miradas perdidas y gestos lentos. El silencio era opresivo, roto solo por los sollozos ocasionales o los susurros de oraciones.

Otras áreas de la clínica albergaban pacientes con diferentes trastornos: psicosis, ansiedad, adicciones. Algunos vagaban por los pasillos, hablando solos o gesticulando violentamente. Otros permanecían postrados en sus camas, sumidos en la apatía.

Las enfermeras, con sus uniformes blancos y rostros impasibles, eran guardianas de la rutina y la medicación. Seguían las órdenes de los médicos con precisión robótica, administrando pastillas y controlando los horarios. Su presencia constante recordaba a los pacientes su falta de autonomía.

Los guardias, uniformados y armados, patrullaban los pasillos y los jardines, vigilando cada movimiento. Eran la fuerza bruta, el recordatorio constante de que la libertad era un espejismo.

Los médicos, con sus batas blancas y aires de superioridad, eran los sumos sacerdotes de la cordura. El doctor Gutiérrez, con su sonrisa condescendiente y sus ojos fríos, representaba el poder y la autoridad de la institución. Sus palabras eran leyes, y sus diagnósticos, sentencias.

Monjas y sacerdotes, con sus hábitos oscuros y rosarios en mano, recorrían la clínica, ofreciendo consuelo y sermones. La fe era la herramienta principal de tratamiento, utilizada para inculcar culpa, arrepentimiento y obediencia. Sus oraciones llenaban los pasillos, creando una atmósfera de piedad opresiva.

"Manantiales de Santa María" era un lugar de contrastes, donde la belleza exterior ocultaba una realidad de sufrimiento y control. Era un lugar donde la fe se utilizaba como arma, y la esperanza se desvanecía entre los muros de piedra y los jardines silenciosos.