Oscuridad. Silencio. Vacío.
Gabriel flotaba en un mar infinito de sombra y frío, sin fuerzas para moverse.
Se suponía que debía estar muerto.
Pero algo… algo lo llamaba desde la profundidad de la nada.
Entonces, el fuego regresó.
Un latigazo de dolor recorrió su cuerpo cuando una garra se hundió en su pecho, abriendo una herida que no era física, sino algo más profundo.
El tiempo se congeló.
Un sonido reverberó en su mente.
Un susurro que era al mismo tiempo una orden absoluta.
—"Despierta."
Y el mundo explotó en rojo carmesí.
En otro lugar…
La luz del sol golpeó sus rostros cuando finalmente salieron de la mazmorra.
Marco, Lisa y los demás respiraron con alivio, sus cuerpos aún tensos por la presión del desafío final.
El portal tras ellos brilló con un último resplandor… y luego desapareció.
La mazmorra se cerró.
Lisa miró el suelo con una sonrisita satisfecha, estirando los brazos como si se deshiciera de un peso molesto.
—"Y así de fácil… un problema menos."
Marco la observó de reojo, pero no dijo nada. Su consciencia le recordaba que acababan de sacrificar a alguien.
Entonces, una notificación apareció en la mente de todos.
▷ "Sacrificio completado. Muerte del cazador Gabriel registrada. La mazmorra ha sido satisfecha."
Lisa dejó escapar una pequeña risita, cruzándose de brazos.
—"Ah, qué bonito mensaje. Pobrecito Gabi, su existencia al menos sirvió para algo."
Los demás no dijeron nada.
Marco miró el portal cerrado una última vez, con una sensación extraña en el pecho.
Pero al final, solo suspiró y se dio la vuelta.
—"Vámonos."
Sin mirar atrás, el equipo se marchó.
Ignorando por completo que, dentro de aquella mazmorra que creían cerrada…
Algo imposible estaba ocurriendo.
De vuelta en la mazmorra…
Un jadeo agónico rompió el silencio.
Gabriel despertó de golpe, su cuerpo temblando, sus pulmones ardiendo como si acabara de ser arrancado de la muerte misma.
Se incorporó bruscamente, su mano yendo a su pecho donde el demonio lo había atravesado. No había herida.
Pero su cuerpo se sentía extraño. Su respiración, su fuerza, incluso el latido de su corazón…
Algo había cambiado.
Entonces, lo vio.
El ser que estaba ante él no pertenecía a este mundo.
No era simplemente un demonio.
Era la mismísima encarnación de la noche y la sangre.
Su cabello plateado flotaba en el aire, moviéndose sin gravedad, como si la realidad misma se adaptara a su existencia. Su piel era tan pálida como la luna, y sus ojos carmesí eran infinitos abismos líquidos, brillando con una luz propia que desafiaba la oscuridad.
Vestía una larga capa de sombras, que se movía y serpenteaba como si estuviera viva, alimentándose de la luz a su alrededor.
Y su postura…
No era la de un simple demonio.
Era la de un emperador de la noche.
Un Dios de sangre y oscuridad.
Pero lo que más aterraba a Gabriel era que… era hermoso.
De una manera inhumana, irreal, etérea.
No tenía derecho a ser tan imponente y perfecto al mismo tiempo.
Y sin embargo, allí estaba.
El demonio lo observó por un instante antes de que una sonrisa burlona se dibujara en sus labios.
—"Bueno, bueno… parece que mi nuevo juguete ya despertó."
Su voz era como seda rasgada, profunda y melódica, pero con un filo que podía cortar la cordura de cualquier hombre.
Gabriel tragó saliva.
—"¿Q-Quién…?"
El demonio ladeó la cabeza, su plateado cabello flotando con el movimiento, su sonrisa ensanchándose con un divertido desprecio.
—"¿Quién soy? Vaya, qué grosero de tu parte no reconocerme."
Dio un paso adelante… pero no hubo sonido.
No dejó huella en el suelo. No caminaba… flotaba.
Como si este mundo no tuviera derecho a tocarlo.
Se inclinó lentamente hasta quedar a la altura de Gabriel y susurró con una voz que destilaba arrogancia y poder absoluto.
—"Soy Vladis, Señor Demonio de la Sangre y la Noche."
Sus ojos carmesí brillaron intensamente, irradiando un poder tan abrumador que los mismos muros de la mazmorra temblaron.
Gabriel sintió un frío antinatural recorrer su espalda. Ese nombre… Vladis.
Uno de los Diez Señores Demonio.
Uno de los seres más antiguos y poderosos jamás mencionados en los registros prohibidos.
Pero antes de que pudiera reaccionar, Vladis extendió lentamente su mano, señalando su pecho con uno de sus elegantes y afilados dedos.
—"Dime, Gabriel… ¿cómo se siente estar 'vivo' de nuevo?"
Gabriel apretó los dientes, su respiración agitada.
—"¿Qué… qué me hiciste?"
Vladis se irguió de nuevo, acomodando su capa de sombras con un gesto de absoluta gracia y refinamiento, como si la pregunta lo divirtiera.
—"Oh, no te preocupes."
Dio un giro en el aire, su silueta desdibujándose por un instante en la penumbra, antes de volver a posar sus ojos ardientes sobre él.
—"Solo te convertí en algo mucho más interesante."
Y con una sonrisa que irradiaba una nobleza oscura, susurró con puro deleite cruel:
—"Ahora eres como yo."