Miguel sintió un escalofrío ante el pensamiento y no pudo evitar mirar nerviosamente a su alrededor.
Sin embargo, al igual que antes, todo estaba en silencio.
Los únicos ruidos provenían de él y sus compañeros no-muertos.
—Algo todavía no tiene sentido —murmuró Miguel.
—Mirando el dormitorio del que vine, está claro que esta ruina tuvo muchos residentes en el pasado. Entonces, ¿cómo pudieron dejar intacta una torre tan valiosa? A menos que...
Su voz se apagó, y un sentimiento de hundimiento lo invadió.
—A menos que nunca se fueran.
El corazón de Miguel latía pesadamente en su pecho.
«¿Me estoy asustando solo?», Miguel intentó alejar el pensamiento, pero de repente, un sonido rompió el silencio.
Al principio, era débil, casi imperceptible. Pero se hizo más fuerte.
—Comida... Huelo comida.
La voz era inquietante, sin pertenecer a ningún género o edad específica, y distorsionada como si múltiples personas hablaran al unísono.