Los ojos de Miguel se dirigieron hacia ella, buscando cualquier indicio de amenaza. Pero lo que encontró fue algo completamente diferente.
Curiosidad.
Genuina, aguda y brillante, como un erudito observando un espécimen raro en lugar de un cazador rastreando a su presa.
Tragó saliva una vez y dejó escapar un suspiro.
—Yo... no sé a qué te refieres —dijo cuidadosamente—. Vengo de muy lejos. Realmente lejos. Un lugar pequeño... probablemente no vale la pena mencionarlo. Dudo que esté en algún mapa.
Priscilla no lo interrumpió, no presionó. Simplemente lo miró fijamente, dejándolo llenar el silencio.
Miguel continuó, su mente trabajando a toda velocidad.
—Supongo... que podrías decir que soy un viajero. Mi origen no es algo de lo que hable abiertamente, no porque esté ocultando algo peligroso, sino porque es complicado. Espero que no te ofendas.
La Princesa inclinó la cabeza, con voz tranquila:
—Ya veo. Eres cauteloso. Eso es sabio.
Él no respondió.