El aire está impregnado con el aroma a tierra, putrefacción y algo más: algo mágico. Vibra con una energía oscura y amenazante, como una criatura atada por cadenas que nunca podrá romper.
—Escuchamos tu voz. ¿Dónde estás?
—Quinlan... Esta cosa entera es un monstruo viviente —dice Ayame preocupada.
«¡Oh! ¡Oh! ¡¿Qué demonios?! No tenía idea de la existencia de monstruos tipo árbol».
—Yo soy el árbol mismo. No tengo órganos para hablar, así que uso una forma de telepatía —responde, confirmando las palabras de Ayame. Parece que no puede entender el habla humana.
«Solo puedo asumir que mi efecto primordial de 'compatible con todas las razas' está actuando aquí, permitiéndole de alguna manera entender mis palabras mientras me permite escuchar su voz».
—¿Puedo ver tus rasgos sin tu máscara? —pregunta.
Dudo por un segundo pero a estas alturas, no veo razón para negarme. Sea lo que sea esta cosa, no podemos vencerla, especialmente no en nuestra pequeña ventana de tiempo.