Los arqueros seguían disparando desesperadamente, su retirada firme y precisa, pero nuestra línea comenzaba a flaquear. Había demasiados de ellos. Cada hechizo, cada flecha nos compraba solo un momento fugaz de alivio antes de que avanzaran de nuevo, amenazando con abrumarnos con su puro número.
En cuanto a nuestra primera línea, nunca detuvieron su retirada constante, excepto por las pocas veces que se lanzaban contra un atacante que alcanzaba el muro que formaban.