Las manos de Roberto se tensaron en el borde del escritorio con la garganta seca como un desierto mientras se forzaba a hablar.
—B-Buenas tardes... —tartamudeó con su inquietud filtrándose a través de su intento de cortesía—. Bienvenida a la-
Sin embargo, al ver su atención asustada, los ojos de la mujer se iluminaron por un breve momento como si llegara a una repentina comprensión.
—Oh, mis más sinceras disculpas. Un par de matones me abordaron en el camino aquí y estaban empeñados en coquetear conmigo, así que mi humor se agrió.