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No fue hasta ahora que Gilbert se dio cuenta de que un líquido cálido fluía por sus muslos.
—Lo... lo siento, mi bebé...
Sus susurros entrecortados no hicieron que su agarre disminuyera en intensidad, al contrario, solo hicieron que sus labios se curvaran en una sonrisa malvada y siniestra que solo podía compararse con la del diablo.