El aire brillaba con luz dorada mientras Alex atravesaba la puerta, la batalla contra el jefe del noveno piso aún fresca en su mente.
Una notificación sonó en sus oídos.
[Has entrado al Décimo Piso.]
[Buena suerte. Morirás.]
Los puños de Alex se cerraron.
El mensaje ominoso del sistema no lo perturbó, ya estaba acostumbrado a sus juegos.
Pero lo que tenía por delante sería diferente a todo lo que había enfrentado antes.
El trío se encontró en una arena enorme.
Era diferente a los extensos biomas de los pisos anteriores; esto era un campo de batalla masivo y cerrado.
La arena brillaba con oro, sus paredes grabadas con runas intrincadas que pulsaban débilmente, y el césped exuberante cubría el suelo bajo sus pies.
Alice miró alrededor, con el arco ya tensado, sus ojos agudos buscando amenazas.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó, su voz tensa.
—La cima de la torre —respondió Alex, su tono bajo y cauteloso.
Miró hacia arriba, entrecerrando los ojos.