—Tenemos que eliminarlo —dijo Xyrran con firmeza, su voz cortando la tensión—. Pero no podemos hacerlo obvio. Tiene que parecer un accidente, o mejor aún, como si simplemente hubiera desaparecido.
La habitación quedó en silencio por un momento.
Todos sabían quién era.
RompeDestinos, el humano.
Durante horas, se sentaron alrededor de la mesa oscura, discutiendo cada posible estrategia.
Las ideas volaban: emboscadas, ataques sorpresa, incluso veneno.
Pero nada de eso importaba.
Cada plan terminaba con la misma frustrante conclusión: Alex sobreviviría.
Sus habilidades eran demasiado versátiles. Su voluntad, inquebrantable.
Incluso juntos, dudaban que pudieran superarlo.
Y luego estaba el problema más grande.
El que ninguno quería admitir.
¿Qué pasaría si lograban matar a Alex?
Kaelios, el Dios del Destino, lo descubriría.
Alex era su Elegido después de todo.
Y aun con solo la mitad de su poder, Kaelios podría aniquilarlos sin esfuerzo.
El riesgo era demasiado grande.