Al ver que Sylvia miraba su rostro con asombro, Mikel desvió la mirada hacia ella y soltó una risita.
—Así que algo pasó esa noche... —su voz se desvaneció, con una sonrisa formándose en su rostro diabólicamente apuesto.
El corazón de Sylvia se hundió. Esa era todavía la única ventaja que tenía y no quería perderla a ningún costo.
Así que se apresuró a explicar y desviar su atención. —Por favor perdóneme, su alteza. Por favor. Lo siento mucho.
—Estaba tan asustada por esa gran bestia mágica que huí aterrada sin pensar.
—Lo siento. Como su esclava, debería haber puesto mi cuerpo frente a usted y haberlo protegido, pero en cambio, huí.
—Merezco todo el castigo del mundo. Le he fallado. Lo siento mucho —Sylvia empezó a balbucear, soltando palabras una tras otra, ninguna de las cuales era verdad.
—Oh... ¿es así? —Mikel sonrió. Le divertía ver a esta mujer actuando como un camaleón.