—Por favor... por favor... por favor... —suplicó Sylvia, con el miedo y el pánico evidentes en su voz.
Su rostro cambió y las lágrimas amenazaban con caer de sus cautivadores ojos azules.
Pero ella ya sabía que todos sus desesperados gritos de ayuda solo caían en oídos sordos.
Este hombre nunca se detendría por ella. Nunca iba a ayudarla.
Debería haberlo sabido mejor. ¿Cómo podría ser tan fácil escapar de las garras de un hombre poderoso?
Mientras veía el carruaje acercándose cada vez más a las gigantescas puertas principales del castillo, podía sentir un nudo apretándose alrededor de su garganta, asfixiándola y dejándola sin poder respirar.
Los guardias familiares, los mismos patrones en la puerta... todo confirmaba sus temores.
¡Esto era todo! ¡Este era el lugar del que estaba huyendo y ahora de alguna manera estaba de vuelta en la misma prisión!
—No, esto no ha terminado aún.
Como último recurso, Sylvia decidió saltar del carruaje en movimiento y correr hacia el bosque.