—¿No salió bien nuestro plan ayer? Ni siquiera tuvimos que servir a esa perra de Priscella. ¿Por qué sigues molesta? —preguntó Jenny.
—Ughh... No me hables de esa rica zorra. Siempre pegándose a su alteza sin vergüenza.
—Lo siento, querida. Sé que te azotó la última vez por una razón estúpida.
—¡Bah! No me lo recuerdes. Ya estoy bastante enfadada por esa maldita esclava.
—¿Quién? ¿Sylvia? —Jenny frunció el ceño. No entendía por qué su amiga estaría tan molesta por una chica tan dulce y gentil.
—Esa perra tiene lengua, por cierto. Me estaba respondiendo con arrogancia hace un momento.
—Creo que se acostó con su alteza. La vi salir de la torre este esta mañana.
—Incluso llevaba la misma ropa.
—¿Eh? ¿En serio? Pero eso no suena muy creíble... Su alteza es... —La voz de Jenny se apagó, incapaz de creer las palabras de Ana.
—Heh. Eres demasiado ingenua, Jenny. Su alteza también es un hombre. Esa zorra es demasiado talentosa.