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Sylvia desabrochó los botones que acababa de abrochar y se bajó el vestido, aflojando el corsé, revelando sus abundantes pechos.
Entre sus pechos había un pequeño pero brillante tatuaje en forma de luna creciente, de la mitad del tamaño de su dedo meñique.
Sylvia tragó saliva nerviosamente mirándolo. Casi no podía creerlo.
Este era su cuerpo y lo había conocido durante unos dieciocho años, y sin embargo, nunca había notado algo así hasta que conoció al diablo.
Sylvia siempre se había preguntado si el hombre le había hecho algo, algún tipo de hechizo o marca, reclamando su propiedad y tal vez ese era este tatuaje.
Pero eso sonaba cada vez más improbable con cada día que pasaba.
Miró la luna creciente que brillaba con una mezcla de lustre dorado y plateado y la tocó con su dedo.
—¿Qué demonios eres? —murmuró.
Los siguientes días fueron inusualmente tranquilos para Sylvia, haciéndola incluso desear que pudieran durar.