—Algo más decente... Algo más decente... —murmuró Sylvia mientras fruncía el ceño y hojeaba las pilas de ropa que tenía.
—Arghhh. ¡Estoy molesta, maldita sea! No estoy de humor para elegir un vestido y arreglarme —resopló enojada empujando la pila de ropa al suelo.
Estaba de vuelta en su pequeña habitación en los cuartos de los sirvientes, pero el resentimiento en su corazón seguía ardiendo.
¡Tantas coincidencias! ¡Tantas esperanzas! Al final, nada de eso sirvió para nada. Había intentado toda la noche y seguía siendo solo una débil pequeña esclava.
Sylvia se dejó caer en su cama, su cuerpo sin ganas de moverse más.
—¡Bah! ¿No estás siempre desvistiéndome? ¿Por qué no me vistes tú esta vez, maldito diablo?
Regañó al hombre y unos segundos después, sus mejillas se sonrojaron al darse cuenta de lo que había dicho.
«Suspiro. ¿A dónde diablos me está llevando ahora?», pensó.