—Por favor, pare, su alteza —Sylvia apartó la mano del hombre que le acariciaba la cabeza.
—Ya que claramente nos estamos ayudando mutuamente, me gustaría ser tratado como tu compañero.
—¿Compañero? —Mikel alzó las cejas y sonrió con suficiencia.
—Me refería como su igual, tal vez no en estatus pero al menos como otro ser humano. Ya no soy su esclava, su alteza —Sylvia puso los ojos en blanco, corrigiéndolo.
—Eh. Está bien. Está bien —Mikel levantó las manos y se reclinó, dándole algo de espacio.
—Ahora, si la parte de la negociación de la noche ha terminado, ¿podemos empezar, gatita?
Suspiro.
—Sí, su alteza. Dígame qué se supone que debo hacer y por favor pare con los términos cariñosos. Como dije, ya no soy su esclava —Sylvia sacudió la cabeza sin poder hacer nada.
—¿Los gatos son agradables? ¿Qué tienes en contra de ellos? —el hombre respondió inocentemente, como si Sylvia lo hubiera insultado.