Priscella soltó una suave risita mientras se acercaba a Sylvia y le susurraba al oído. Para los demás, probablemente parecían dos viejas amigas charlando entre sí.
Incluso Isabella tenía una amable sonrisa en su rostro que no reflejaba las repugnantes palabras que salían de su boca.
Continuaron moviendo sus lenguas contra Sylvia esperando que ella respondiera. Sin embargo, para su consternación, la mujer no era fácil de alterar y desde el principio hasta el final, su expresión no vaciló ni una sola vez.
Isabella cruzó los brazos y murmuró con fastidio:
—Sabes que se vuelve problemático cuando las zorras intentan hacerse las listas.
—Supongo que tienes la piel bastante gruesa, ¿eh? ¿Pensaste que podrías salir de esto solo por tu piel gruesa? —se burló Priscella.
—¿Mmm? No estoy segura sobre el grosor de mi piel, pero no deseo perder mi tiempo ladrando de vuelta a perros rabiosos —respondió Sylvia a las dos mujeres que parecían empeñadas en provocarla.