La Reina se volvió para mirar severamente a Sylvia. —¿Acaso notaste que mi caballo estaba enfermo y aun así decidiste seguir montándolo?
—Ah... yo... —tartamudeó Sylvia, aunque interiormente estaba tranquila y serena.
No quería responder a la Reina todavía. De lo contrario, las serpientes escondidas en la oscuridad no tendrían oportunidad de salir y bailar.
Y tal como ella había esperado... antes de que pudiera siquiera reunir su respuesta...
¡Ah! Priscella jadeó, poniéndose de pie repentinamente y disculpándose con la Reina de la nada. —Su alteza. Por favor. Tiene que perdonarme y por favor perdone a la señorita Sylvia. Todo esto es mi culpa.
Anastasia se volvió para mirar a la mujer con sorpresa. —¿Qué quieres decir, Lady Priscella? —preguntó, su voz aún severa, pero más suave al dirigirse a la hija del Duque.
—Esto... quizás si no hubiera sido tan competitiva... —tartamudeó Priscella.
—¿Hmmm? —La Reina alzó una ceja. No estaba satisfecha con su disculpa ni con su respuesta.