Abuelo Cadmus

Sylvia llevó ambas piernas hacia un lado y luego se deslizó por las suaves plumas doradas para bajarse del enorme pájaro. Ahora estaba más acostumbrada a aquella bestia engañosamente feroz pero gentil.

Luego miró hacia un lado para ver a Roman ya ocupado con un grupo de guardias que habían acudido corriendo hacia él.

Todos le hablaban en voz baja y sus posturas eran humildes y respetuosas.

No queriendo entrometerse en sus conversaciones privadas, Sylvia caminó hacia adelante para observar el castillo.

Pasó sus dedos por las suaves columnas turquesas que se erguían en la entrada.

A diferencia del anterior que tenía un tema arquitectónico dorado y plateado, este tenía un misterioso tono plateado y azul, que hacía juego con el color de sus ojos.

—Siéntete como en casa —dijo Roman desde detrás de ella y Sylvia asintió.

Nadie dijo nada más y después de un momento de silencio, Roman se revolvió el pelo y entró al castillo.