Cuando Sylvia se despertó, sus ojos se abrieron de golpe con el pánico y dolor residual aún visibles en ellos.
—Tranquila, calabaza. Todo está bien. Cálmate —una voz familiar la reconfortó, alguien acariciándole la cabeza.
El Abuelo Cadmus estaba sentado a su lado, su mirada amable y cálida posada sobre ella con preocupación.
—Su alteza... —Sylvia intentó sentarse, pero su cuerpo aún estaba considerablemente débil y se deslizó, su cabeza cayendo de nuevo sobre la almohada.
—Espera. No te esfuerces, calabaza —Cadmus sonrió—. Y te olvidaste de llamarme Abuelo.
—¿Intentaste transformarte otra vez? Ah ja ja ja. Esto es culpa del Abuelo. —Le acarició la cabeza de nuevo con amor.
—Planeaba decírtelo durante el desayuno y no pensé que intentarías transformarte antes de eso.
—¿Qué pasó... abuelo? —preguntó Sylvia, demasiado cansada incluso para hablar correctamente.
—Nada de qué preocuparse, niña. No te esfuerces. La cosa es... como descendientes draconianos, tenemos linajes fuertes.