—Alteza, los invitados han llegado todos. Su majestad, el Rey, ha solicitado su presencia en el salón principal.
—Está bien. Estaré allí en breve —asintió Sylvia.
Se miró una vez más en el espejo y vio un reflejo que le resultaba a la vez familiar y extraño.
Sus labios se curvaron hacia arriba en una pequeña sonrisa que solo mostraba la tristeza en sus ojos y se levantó con gracia, saliendo de su cámara hacia el largo corredor.
Sus tacones altos resonaban en el suelo de mármol y aunque era la primera vez que usaba un calzado tan incómodo, sus pasos eran firmes y equilibrados.
Caminaba con naturalidad como si no hubiera todo un enjambre de hombres y mujeres bestia esperando para verla y juzgarla por todo lo que era y no era.
Caminó hasta el final del corredor y ya podía escuchar el murmullo y la emoción en el aire. Aunque dudaba que tuviera algo que ver con ella.