Phoebe condujo a la abuela Mayfair y a sí misma al trabajo en el flamante coche amarillo. El olor a nuevo era tan dulce como el de los billetes recién impresos. Tarareó alegremente durante todo el camino al trabajo.
Al llegar al café, la abuela Mayfair se puso inmediatamente a trabajar detrás del mostrador. Habían recibido diez pedidos grandes y tenían clientes esperando café y pasteles.
Phoebe y los fantasmas también ayudaron y en menos de una hora, atendieron la avalancha matutina y luego continuaron con los pedidos.
Alrededor de las nueve, las campanas de la puerta sonaron y entró una mujer que Phoebe reconoció inmediatamente. No había forma de que pudiera olvidar jamás a la cruel Miranda Saxon, ni siquiera si renaciera mil años después.
No tenía una sonrisa en su rostro, sino una mueca cruel que indicaba que no había venido a jugar. Phoebe podía oler los problemas emanando de ella desde la distancia.