Dama de Hierro (2)

Para Mariel, los días eran iguales.

Abrir la taberna, preparar las comidas, atender a los clientes, charlar con gente de todo el mundo, y repetir.

Hoy era igual, con un pequeño cambio.

Mientras la tarde se convertía en noche, el familiar zumbido de actividad llenaba la taberna de Mariel Farlón. Con el torneo de la ciudad atrayendo más gente de lo habitual, su posada estaba llena de visitantes—algunos guerreros honorables, otros no tanto.

Había sido un día ocupado, con clientes yendo y viniendo, muchos de ellos alardeando sobre sus próximos combates o ahogando sus nervios en bebida.

Mariel se movía por la posada como siempre lo hacía, sus ojos agudos sin perderse nada. Lo había visto todo a lo largo de los años—aventureros, mercenarios, e incluso nobles tratando de impresionar a sus compañeros.

Pero con el aumento del tráfico de personas durante el torneo, los problemas siempre seguían. Y esta noche no había sido la excepción.