La Camarera

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La pesada puerta de la Matrona de Hierro se cerró con un chirrido detrás de ellos, aislándolos de la tensión de la calle. El cálido y acogedor resplandor de la posada envolvió a Valeria como un manto familiar, aunque nunca lo admitiría en voz alta. Los aromas entremezclados de carne asada, vino especiado y pan recién horneado llenaban el aire, acompañados por el suave murmullo de las voces de otros clientes. Era un ambiente animado pero tranquilo, el tipo de ruido que calmaba sus nervios después de un largo día.

Sus botas resonaban suavemente en el suelo de madera mientras se dirigía a la mesa habitual, aquella ubicada cerca del fuego pero no demasiado cerca, ofreciendo calidez sin el calor opresivo. Era la mesa que inicialmente había elegido por instinto, pero ahora sentía que les pertenecía. Un rincón tranquilo donde el caos de Andelheim no podía alcanzarlos del todo.