Tarde

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El Marqués Ventor observó la conclusión del combate con intensidad imperturbable, su copa de vino intacta mientras los ecos de la arena rugían en sus oídos. Se inclinó ligeramente en su asiento, sus ojos afilados fijos en Lucavion, quien permanecía en el centro del campo de batalla, su presencia una mezcla de calma silenciosa y dominio abrumador. El joven espadachín no se regodeaba en la gloria ni buscaba la adulación de la multitud—su victoria hablaba por sí misma.

Ventor exhaló lentamente, dejando su copa con deliberado cuidado. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, pero sus ojos revelaban la profundidad de sus pensamientos. Este chico... no, este joven...