Las botas del extraño crujían contra el irregular sendero de tierra mientras se acercaba a las afueras de la ciudad. El aire se volvía más pesado con el hedor de cuerpos sin lavar y cerveza barata, mezclado con el tenue sabor metálico de armas oxidadas. Tiendas improvisadas y fogatas rudimentarias salpicaban el área, su luz parpadeante proyectando sombras irregulares sobre el entorno mugriento.
Cuando el hombre entró al campamento, las conversaciones se acallaron, y el aire general de desenfreno se aquietó, reemplazado por una tensa cautela. Las cabezas se giraron para mirarlo —algunas con abierta hostilidad, otras con curiosidad apenas disimulada. Algunos de los tipos más rudos se relamieron los labios, sus expresiones prometiendo problemas si no tenía cuidado.