—Je... Uno esperaría que una rata fuera mejor encontrando a otra... Parece que eso no es cierto.
La mirada afilada de Jayan se dirigió hacia Varos, y no se perdió la sonrisa presumida que se dibujaba en su rostro.
—Tú también los dejaste escapar —dijo secamente, su voz con un filo helado—. Supongo que no estás aquí para alardear de una victoria.
Varos soltó una risa estruendosa, sus hombros temblando de diversión.
—¿Dejarlos escapar? No, no, Jayan. Estaba limpiando tu desastre —sus ojos ámbar brillaron con malicia mientras se giraba completamente hacia ella—. Aunque no es sorpresa que se te hayan escapado entre los dedos. Después de todo, las ratas conocen a los suyos.
El insulto golpeó duro, y la compostura de Jayan se quebró. Bufó, apretando el agarre en su espada.
—Cuidado, Varos. Tu ego desmedido podría hacerte olvidar que no estás más cerca de atraparlos que yo.
El delgado anciano rió oscuramente, acercándose para unirse a Varos.