El campo de batalla era el caos encarnado, un vórtice arremolinado de violencia y desesperación mientras los tentáculos monstruosos del Kraken continuaban su implacable asalto. Los aventureros y mercenarios luchaban valientemente, sus espadas destellando y hechizos crepitando contra la fuerza abrumadora de la bestia. El aire estaba cargado con los rugidos entremezclados del monstruo marino, los gritos de los heridos y el estruendo de las olas.
Desde su punto de observación, Aeliana agarraba el reposabrazos de su silla, sus nudillos blancos mientras su velo ondeaba en la brisa. Sus ojos recorrían la proyección, asimilando la magnitud de la carnicería. Las plataformas se desmoronaban una a una, los barcos apenas lograban mantenerse a flote en medio del ataque del monstruo. Las criaturas marinas más pequeñas habían regresado en manadas, atacando en oleadas coordinadas que hacían imposible que los aventureros se concentraran únicamente en el Kraken.