Vicente tenía los típicos ojos rasgados, que eran preciosos. Además, tenía los huesos de las cejas prominentes y pestañas gruesas, y sus ojos se volvían más oscuros y afilados cuando fruncía el ceño. La gente se sentía presionada bajo su mirada.
Se veía frío y distante, irradiando un aura aterradora. Sin embargo, Emilia no le tenía miedo, porque era un buen tipo y la había salvado dos veces.
—¿Qué...? —Se tocó el cuello que le picaba.
Vicente la miró y dijo en voz baja:
—Hueles bien.
Emilia bajó la cabeza y olfateó:
—Es el olor del champú. Si te gusta, puedo darte uno.
Era la primera vez que alguien le regalaba un champú a Vicente.
Levantó ligeramente las cejas:
—De acuerdo.
La voz preocupada de Eliot llegó repentinamente desde fuera de la puerta:
—Emilia, ¿estás bien?
Entonces se encendió la luz y la habitación se iluminó. Emilia se levantó apresuradamente y volvió a la habitación:
—Eliot, estoy aquí...