Parecía que ella a menudo le hacía esta pregunta, en su segundo encuentro, en la casa de té y en el Hotel Ferne.
Escuchó los pasos acercándose, y luego el hombre se detuvo frente a ella. Le sostuvo el mentón con sus dedos delgados y le limpió las lágrimas.
En la oscuridad, el hombre le preguntó en voz baja:
—¿Por qué lloras?
Emilia no podía ver su rostro claramente. Solo podía sentir su aliento rociando su cara con un olor particularmente agradable. Sintiéndose relajada inconscientemente, señaló el escritorio en la oscuridad y murmuró:
—El libro es demasiado difícil.
Hubo un momento de silencio, pero Emilia sintió que él debía conocer su intención. De repente recordó que rara vez revelaba sus verdaderos sentimientos, pero cada vez Vicente podía ver a través de ella. Inmediatamente, se sintió avergonzada. En la oscuridad, su lóbulo de la oreja color jade se tornó rojo.
Bajó la cabeza y se alejó de su brazo:
—Hace un poco de calor...