Cada escalón sonaba fuerte.
Subía sin aire, sin pausa, con los músculos tensos y el pecho a punto de estallar.
El edificio entero rechinaba como si, en cualquier momento, fuera a caer.
A través del ventanal roto, vi al dragón.
Dorado. Inmenso.
Sus alas rompían las nubes mientras rayos caían cerca, como si fueran castigos.
Luchaba contra algo que no podía ver desde donde estaba, pero no hacía falta verlo.
Si ese dragón peleaba, todo se había ido al carajo.
Continué corriendo.
El eco de mis pisadas resonaba en los muros como si fueran balazos.
Una luz parpadeaba lejos, al final del corredor. Sucia, casi apagada.
Abrí la puerta de golpe, sin dudar.
No entré. La atravesé sin más.
La puerta metálica chocó contra el muro mientras mi mano desenfundaba, veloz, mi espada.
Y entonces lo pude ver todo.
Al final del cuarto, rodeado por seis figuras que apenas reconocía, estaba Milo Star, mi amigo.
Estaba arrodillado.
Tenía las manos atadas con unas esposas de máxima seguridad, de las que usaba F.I.N.A.L. solo para usuarios de aura.
No parecía haber peleado.
Su ropa estaba bien, sin roturas, pero lo habían golpeado fuerte.
Tenía un corte feo en la ceja; la sangre le caía por la cara como si fueran lágrimas.
Pero su mirada...
No mostraba miedo.
Era la de alguien que sabía que iba a morir, y aun así no quería rendirse.
El grito se atascó en mi boca antes de salir.
Lo golpearon. Pero no lo rompieron.
De repente, uno de ellos levantó un arma.
Apuntó con calma.
Y le disparó.
El cuerpo de Milo se desplomó hacia adelante, con la quietud que solo la muerte puede dar.
El tiempo se hizo espeso.
El mundo enmudeció de repente.
El alarido persistía, pegado a mi garganta.
Las piernas flaquearon de repente.
La espada colgaba inútil, sin fuerza.
Mis ojos buscaron al tirador, temblando.
Un hombre alto, de negro y pulcro, con lentes que escondían su alma. Estaba calmado, como si no hubiera matado a mi amigo frente a mí.
Como si la vida no fuera importante.
Luego, miró hacia la entrada.
-¿¿Matamos a este también, jefe??
Abrí los ojos, confundido. Sentí algo tras de mí.
Sin ruido. Sin aire.
Sabía que había alguien más.
Alguien entró tras mis pasos.
Ahora me acechaba muy cerca.
Volteé despacio, con el cuerpo pesado.
Mi boca habló al fin.
-¿Tú también eres parte de esto?
Nadie respondió nada.
Un arma se cargó con un clic.
Y se escuchó un segundo disparo.