Capítulo 3: Cuando pase el temblor

Miro la piedra con desconfianza.

No parece peligrosa. Ni brilla, ni vibra, ni hace ruidos raros. Solo está ahí, como si me esperara desde siempre.Pero mi instinto me dice que no la toque.

Y aun así, lo hago.

Apoyo la mano con suavidad, sin soltar el aire.No pasa nada al principio. Ni una chispa, ni un temblor. Solo silencio.

Y entonces, lo veo.

Un tigre.

Frente a mí.

Grande como una pesadilla, hermoso como una pintura viviente.Su pelaje es de un naranja brillante, con vetas negras que parecen danzar.Sus ojos. Esos ojos. Como brasas, como fuego contenido.No ruge. Solo me observa.Con la calma de quien no necesita demostrar su poder.

Sé que no es real.Mi cabeza lo sabe.Mi cuerpo no.

Me cuesta respirar.

—¿Fue la piedra? —digo en voz baja.

El tigre da un paso. Luego otro.No suena, no pisa, flota.

Y entonces se lanza hacia mí.

No hay tiempo para reaccionar. No pienso. No grito. Solo cierro los ojos.

Una brisa.

Eso es todo lo que siento.Una brisa suave, cálida. Como si el tigre se hubiese vuelto viento y me atravesara sin dañarme.O tal vez… quería formar parte de mí.

Abro los ojos.

La sala sigue vacía.

Y la voz regresa.La misma de antes. Calma, profunda, imposible de ubicar:

Salga por esa puerta.

Una puerta se abre al fondo, en el lado contrario al que entré. No hace ruido. Solo se desliza como si supiera que era el momento.

Camino hacia ella sin preguntar.Cruzo la puerta sin saber qué esperar.

Y lo primero que escucho es murmullo.

Un murmullo colectivo, lleno de emoción contenida, como si todos estuvieran compartiendo un secreto que nadie termina de entender.

Ahí están.Todos los aspirantes que habían desaparecido antes.De pie, sentados contra la pared, en pequeños grupos. Algunos con cara de alivio, otros todavía procesando lo que vivieron.

Me sumo al ambiente sin decir nada.Hasta que escucho a uno decir:

—… El mío era un búho. Gigante. Se me quedó mirando fijo como si supiera todo de mí.

—A mí me apareció una mariposa —dice una chica bajita con el uniforme desalineado—. Pero era… enorme. Y cuando batía las alas, todo se volvía lento.

—¡No, pará! —interrumpe otro—. ¡¿Vos también viste un animal?! ¡Yo vi un castor! Juro que parecía un dibujo animado, pero cuando construyó una especie de lanza con ramas… me sentí re inútil.

—Yo vi un camaleón —dice otro aspirante, más callado—. Se me trepó al brazo, y de repente... desapareció. Pero yo seguía sintiéndolo.

—Y el mío era un búho —repite el primero, como si no pudiera sacárselo de la cabeza.

Yo me quedo en silencio.

Hasta que la puerta se vuelve a abrir.

Y sale Daniel.

Tiene los ojos abiertos como si hubiese visto un fantasma y la cara un poco más pálida de lo normal.

Lo veo y me acerco enseguida.

—¿Todo bien?

Me mira, parpadea y me agarra del brazo como si necesitara anclarse a algo.

Vi… un dragón —dice, con voz bajita—. Y no sé si fue real o un delirio. Pero te juro, Zendo… no pude ni moverme.

—¿Un dragón? ¿En serio?

Asiente, todavía medio ido.

—Era gigante. Como si el mundo se encogiera a su alrededor. No me atacó… pero sentí que si quería, podía acabar conmigo en un instante.

Me lo quedo mirando un segundo, después me cruzo de brazos.

—Bueno, yo vi un tigre. Nada de escamas ni fuego. Solo mucho naranja y cara de "podría matarte pero no quiero gastar energía".

Daniel me lanza una sonrisa débil.

—¿Y no te dio miedo?

—Un poco, sí. Pero también… se sintió bien. Como si me entendiera. ¿Raro, no?

Él suelta una risa más sincera.

—Definitivamente raro.

Nos quedamos un rato ahí, en ese limbo entre lo que fue y lo que podría ser.

Hasta que la instructora de la trenza entra a la sala.

Aspirantes —dice con ese tono que no permite dudas—. Síganme.

Nos ponemos en marcha sin hablar más.Cruzamos varios pasillos hasta volver a la cúpula principal.La sala gigante. La del eco constante.

Los otros grupos ya están formados.Vuelven las miradas cruzadas, las posturas firmes, los nervios maquillados de falsa calma.

Los tres instructores están adelante, firmes, como estatuas vivientes.

Y en el centro, otra vez, está él.

El hombre de mandíbula cuadrada, pelo corto con canas desordenadas y una expresión que parece tallada en granito.

Da un paso al frente.

Aspirantes —dice, sin levantar la voz, pero haciéndose escuchar como si hablara con un megáfono en la garganta—. El proceso de selección ha concluido.

Un murmullo intenta nacer, pero se aplasta solo.

—Todos sus resultados serán evaluados por los oficiales a cargo.Recibirán un mensaje por correo electrónico con la resolución final.Si son aceptados, serán citados para la ceremonia de ingreso a la academia.Si no… bueno. Gracias por su tiempo.

Hace una pausa. No es larga. Pero se siente como si pesara toneladas.

Pueden retirarse.

Y así, sin más, termina.

Nadie aplaude. Nadie grita.Solo hay pasos, respiraciones contenidas, miradas al suelo.

Miro a Daniel.Él me mira a mí.

Ninguno dice nada.

Ya fuera de la cúpula, lo abrazo y suelto:

Mucha suerte, Daniel. Ojalá nos llamen a ambos.

Para ti también, Zendo. Ojalá nos volvamos a ver.

——————————————————————————————————————————————————

Pasó una semana.

Siete días.Ciento sesenta y ocho horas.Me estoy volviendo loco.

Entro al correo cada diez minutos.Actualizo la bandeja como un adicto al sufrimiento.Nada.Ni un mensaje.Ni siquiera un spam que me haga sentir que el mundo se acuerda de mí.

Estoy tirado boca arriba en la cama, mientras hablo solo como un viejo paranoico.

—Seguro no avisan nada. Seguro lo hacen a propósito. Así nos tienen masticando ansiedad. Jugando con la desesperación de nosotros, los simples peones del sistema… —resoplo—. Qué lindo todo, ¿eh? F.I.N.A.L. y sus métodos de tortura emocional.

Suspiro fuerte. Otra vez.

Me siento en la cama, con los codos apoyados en las rodillas. Me paso las manos por la cara como si eso fuera a arrancarme la impaciencia.

Y justo cuando estoy por insultar al universo entero…

Ding.

Miro el celular.

Un mail.

Remitente: F.I.N.A.L. — Departamento de Admisiones

El corazón me pega un salto tan fuerte que me quedo quieto, como si tuviera que pedirle permiso al mundo para abrirlo.

Pulso la pantalla.

Leo.

"Estimado Zendo Star:Nos complace informarle que ha sido aceptado para ingresar a la Academia F.I.N.A.L. correspondiente al ciclo actual…"

¡AAAAAAAH! —grito como si me hubieran prendido fuego, pero feliz.

Salto de la cama. Me tropiezo con una zapatilla.No me importa.Le pego una patada a una pila de ropa.No me importa.Grito de nuevo, más fuerte:

¡¡¡LOOOOGRÉ!!! ¡¡ENTRÉ!! ¡¡ENTRÉ, LA PUTA MADRE!!

Estoy revoleando todo, como si festejara un gol en una final del mundo. Golpeo la cama, levanto los brazos, me río solo.

En ese momento, la puerta de mi habitación se abre de golpe.

¡Zendo! —la voz de mi mamá, asustada—. ¡¿Hijo, te pasó algo?!

La miro. Corro hacia ella. La abrazo fuerte, apretado, como si fuera a explotar de felicidad.

¡Entré, mamá! ¡Entré! ¡A la Academia! ¡A F.I.N.A.L.!

Ella se queda dura un segundo, y después me abraza más fuerte todavía.No dice nada.Solo me aprieta, con ese abrazo que cura todos los días malos.

Cierro los ojos.

La emoción me inunda.

Y mientras la abrazo, lo pienso.Lo siento.

"Sí… lo logré. Este es el primer paso para lograr mi sueño."