Capítulo 5: Una Imagen del Alma

Pov Teniente Armand Lefevre

El aula está en silencio. Aún no llegaron.

A mi lado, una espiral de aura flota girando lentamente. La construí hace unos minutos, más por costumbre que por necesidad. Es simple, pero precisa. Si la deformás, significa que tu control es pobre. Si no puedes verla, todavía no estás listo. A veces pienso que debería enseñarla al final del curso. Pero no… los principios primero. Siempre.

Ayer fue la ceremonia de ingreso. Hoy es el primer día de clases. Y por alguna razón, estoy nervioso. Siempre me emociono por la gente nueva, pero no evita el nerviosismo que siento.

Ahí está: esa pequeña presión en el estómago, la respiración más consciente, el leve impulso de repasar todo aunque ya lo tenga preparado. No es miedo, es algo más sutil.

Escucho pasos del otro lado de la puerta corrediza. Voces. Risas. La energía de los nuevos.

Y entonces entran.

De a poco, como una corriente suave pero irregular. Algunos bromean en voz baja, otros caminan con esa mezcla incómoda de respeto y ansiedad. Todos miran el aula como si esperaran que algo les salte encima.

Yo no los miro a todos. No todavía.

Solo a uno.

Lo veo, apenas cruza la puerta. Chaqueta negra. Franja roja. Estrella en la espalda. Y entonces lo sé. No solo por la ropa. Por la forma en que camina, cómo escanea la sala sin parecer que lo hace.

Milo… esa chaqueta era tuya, ¿no?Claro que sí.

Pero no me alcanza con una corazonada. Me doy vuelta despacio, camino hacia el escritorio en el lateral del dojo y tomo la tablet con la lista de aspirantes.

Empiezo a deslizar los nombres. No busco, espero encontrarlo.

Y ahí está.

Star, Zendo.

Silencio interno. Solo un instante.

Tu hijo está acá.

Cierro la tablet con un movimiento suave. No lo miro de nuevo. Camino hacia el centro del dojo. Mi voz tiene que ser la misma que usaría con cualquier otro. Zendo no necesita un fantasma encima. Ni yo tampoco.

Me planto firme. Miro al grupo.

—Buenos días —digo, claro y sin apuro—. Soy Armand Lefèvre. Ex general de la Unidad Salus. Instructor principal de esta materia: Introducción al Aura.

Silencio.

Perfecto.

—Antes de empezar, quiero hacerles una pregunta.

Camino despacio entre ellos. No los intimido. Pero los obligo a mirarme.

—¿Alguno sabe… qué es el aura?

Silencio. Pesado. Inquieto.

Algunos bajan la vista. Otros se fingen distraídos.

En el fondo, una mano se levanta con timidez. Es una chica de cabello celeste, recogido en una trenza. Delicada, pequeña. Parece una niña, pero hay algo en su mirada que contradice su cuerpo.

Antes de que hable, otra figura hace un movimiento.

Una chica de energía inconfundible —nerviosa, pero decidida— también estaba por levantar la mano. Se frena cuando ve que ya alguien tomó la palabra. Hace una mueca chiquita, mezcla de resignación y entusiasmo mal contenido. No sé su nombre aún, pero me parece alguien que no pasará desapercibida por mucho tiempo.

La de la trenza celeste se pone de pie.

Su voz es suave. Pero clara.

—El aura es… lo que queda cuando el cuerpo ya no alcanza.

Un par de risas contenidas. Una ceja levantada. Algún murmullo.

—¿Tu nombre? —pregunto, sin tono de juicio.

—Charlotte Fearchild —responde.

Asiento lentamente. Su tono sigue parejo.

—Una respuesta curiosa. Críptica, sí… pero no muy alejada de la verdad.

Vuelvo la mirada al grupo.

—El aura no es magia. Tampoco una maldición, ni un don caído del cielo. Es lo que ustedes son. Una imagen de su alma.

Hago una pausa breve. Miro a los que me devuelven la mirada. Algunos aún están procesando. Otros ya se están preguntando más.

—Existen tres tipos de aura —continúo—. No se eligen. No se cambian. Pero pueden evolucionar.

Camino despacio, sin apuro.

—El primero, el más común, es el Aura Espiritual. Nace del deseo de vivir, de cambiar, de superar. Representa la voluntad, la emoción, el alma que arde.

Paso entre filas.

—El segundo es el Aura Divina. Se manifiesta en quienes creen. No necesariamente en dioses… sino en algo más grande que ellos. Puede ser justicia, amor, fe, o incluso redención.

Me detengo justo delante de un chico que evita mirarme.

—Y el tercero… el Aura Demoníaca. No es malvada. No por sí sola. Pero nace del dolor, del trauma, de sobrevivir, incluso cuando todo dentro tuyo grita que no podés. Es el aura que responde a la oscuridad… sin dejar de ser parte de la luz.

Silencio. Esta vez más tenso, más cargado.

Y entonces —como esperaba— una mano se levanta.

—¿Cómo se despierta? —pregunta una voz masculina. No reconozco aún el rostro, pero la duda es genuina.

Sonrío apenas.

—Algunos de ustedes ya la despertaron. Otros… todavía no. —Hago una pausa—. No hay un solo camino. Algunos lo hacen por miedo. Otros por esperanza. Por amor, por rabia, por dedicación o por desesperación. El aura despierta… cuando algo dentro de ustedes decide hablar.

Camino hacia el centro del dojo.

—Ahora bien, los que aún no la despertaron… —levanto la mano derecha— no pueden ver esto.

Formo con mis dedos una figura grosera, irreverente, flotando con una leve vibración de aura apenas moldeada. Hay una mezcla inmediata de reacciones: risas, sorpresa, ofensa y desconcierto.

No digo nada. Solo observo sus rostros.

Los ojos que la siguen… y los que parpadean sin entender.

Entonces largo una carcajada.

—Muy bien. Los que vieron la forma de aura, a mi derecha.Los que no la vieron, a mi izquierda.

—Vamos, muévanse. Y no se preocupen… los de la derecha no son mejores. Solo están un paso más cerca de volverse un problema.

Carcajada otra vez.El ambiente se tensa, pero también se rompe el hielo.No se preocupen. Están acá por una razón.

Camino despacio hacia los que no vieron la forma. Me saco los guantes, estiro los dedos. No por dramatismo, por costumbre.

Todos pasaron la prueba de la Sala Blanca.

El primero me mira sin saber si bajar la vista o sostenerla. Le pongo la mano en el pecho. Cierro los ojos. Le doy una pequeña carga de aura, lo justo para empujar, no para despertar por la fuerza. Siento el leve temblor. Perfecto.

—Esa prueba no mide fuerza ni inteligencia —les digo mientras me muevo al siguiente—. Busca cómo responde su alma cuando no entiende lo que ve.

Algunos vieron un tigre. Otros, un búho. Uno o dos, camaleón. Mariposa… y sí, hubo un castor. No pregunten.

Paso al tercero. Siento la resistencia, pero no es miedo. Es duda. Lo toco igual. El aura se cuela, como agua entre los dedos.

—¿Qué significa eso? —pregunta alguien, sin levantar mucho la voz.

—Significa que el alma ya empezó a hablar. Que están viendo con algo más que los ojos.

Termino con el último. Me sacudo las manos como si me estuviera quitando tierra, aunque lo que queda es energía en el aire. Todos lo sienten.

—Ahora escuchen bien —les digo, girándome para mirar a todo el grupo—. Yo no les voy a enseñar a pelear. Eso lo hacen otros. Tampoco les voy a explicar cómo ganar. Eso lo hace la experiencia.

Yo estoy acá por una sola cosa.

Levanto la voz lo justo.

—Los Fundamentos no son el principio.Son todo el camino.

Un segundo de silencio.

Entonces, desde el grupo que vio la figura de aura, uno levanta la mano.

—Tengo una pregunta —dice—. ¿Qué pasa si alguien ve un dragón?

Lo miro. Parece curioso más que otra cosa, pero sé que detrás de esa pregunta hay algo más.

—¿Cómo te llamás? ¿Y vos viste un dragón? —le pregunto, aunque ya sé perfectamente quién es.

Niega con la cabeza.

—Mi nombre es Zendo. Zendo Star.Y no. Fue mi amigo Daniel. Con él hice todas las pruebas… pero él no entró. Y a mí me sorprendió. Hizo todo mejor que yo, menos la física.

Asiento apenas.

—El dragón aparece solo ante los que todavía no están listos para despertar su aura —les explico, esta vez mirando a todo el grupo—.No importa cuán bien les vaya en las otras tres pruebas. Si ven al dragón… no pueden entrar.

—El dragón es la ilusión. El ideal. Lo que el alma quiere ser, pero aún no es.

Zendo asiente lento. Ahora entiende. Se nota.

—Ahora entiendo por qué Daniel no entró.

Y baja la mirada, como quien deja de buscar una explicación… porque por fin la encontró.